
Ya dije en su día que viajando por países musulmanes iba a mostrar el sonido de su religión muchas veces. Esta tiene algo especial. Es un día caluroso, estamos cansados y no hay ni una sombra, ni árboles que la genere en todo el paisaje. Llegamos a Sugylan, un pueblo con apariencia de abandonado y que por las horas, está desierto de personas. Una mezquita rodeada de árboles nos atrae para preguntar si sería posible dormir bajo ellos. Rondamos las casas y nadie se asoma, hasta que en una vemos a una mujer asomarse, le preguntamos por el Imam y si sería posible dormir donde la mezquita, nos dice que sí, que esperemos al Imam en los bancos. Al rato llega el Imam, la mujer que nos ha contestado es su mujer y Bayram, es su nombre nos ofrece dormir dentro y poder asearnos donde hacen las abluciones. Lo hacemos después del rezo. Antes de irse nos invita a tomar té en su casa más tarde y se convierte en una experiencia maravillosa solo penalizada por la barrera idiomática. Al anochecer nos refugiamos dentro, en un altillo con cortinas para no molestar. Estamos a punto de dormir, son las 22:00 de la noche y desde el altavoz llaman al último rezo del día, esta vez tiene un valor añadido, estamos dentro y dormiremos ahí. De madrugada a las cuatro, llaman para el primero, respetuosos con nuestra presencia, rezan a oscuras para no molestarnos. La oración es un mantra que nso adormila de nuevo.