
Hemos llegado a Sofía, el navegador nos lleva hasta un hotel en pleno puente de los leones, muy bien ubicado, pero el aspecto invita a seguir caminando. Un pasillo estrecho, pequeño y oscuro muestra una recepción minúscula bajo las escaleras circulares que llevan a los cuartos. Huele a desagüe y a comida, debajo hay un restaurante y su puerta da a ese pasillo estrecho. Nos instalamos y de día no somos conscientes de los ruidos con el que provocamos deshaciendo maletas, duchándonos, hablando, pero la noche es chivata y al apagar la luz una jungla de sonidos se filtra por los huecos que deja la ventana. Obviamos el tráfico, los tranvías y por suerte no es Sudamérica, si no le sumaríamos la música de cada local de la calle. los semáforos se adaptan para los ciegos, pero dejan un sonido cíclico y permanente durante toda la noche. Nos vamos a la cama como si fuera el bosque, con el sonido de los grillos urbanos.