Acabamos de llegar a la capital de Uzbekistán, antes de darnos un duchazo vamos a la oficina de correos y casi sin entrar en el hotel, desmontamos todo y preparamos las bicis para dejarlas en una tienda que las empaqueten para el avión. Es hora de comer y tenemos hambre, en la esquina de la calle del hotel hay un restaurante con cientos de mesas, trabajan a destajo y suena una alarma cada vez que un pedido está listo, no dejan de sonar, terminas acostumbrándote, pero trabajar ahí tiene que ser un sufrimiento.