BUS LUANDA-SOYO
FERRY SOYO-CABINDA
El día 20 nos despertamos a las 5:00 de la mañana, en una hora viene a buscarnos Nelson. El autobús sale a las 8:00 y con el jaleo de billetes y subir equipaje conviene estar pronto en la estación. El respeto profundo que tienen por Jaime hace que sea puntual e incluso llegue antes de la hora. En caso contrario casi seguro habría llegado tarde. No trae la pick up, es un todoterreno cerrado y al ver todo el equipaje y las bicis se le abren los ojos. Le pido bajar los asientos y al final caben todo perfectamente. Como no es hora punta llegamos rápido a la estación central. Lo primero que hago es ir a la taquilla para asegurarme que tenemos billetes, no quiero que nos deje con todo y nos encontremos sin billetes y una cara de necesidad que haga que puedan cobrarnos lo que quieran. Por suerte hay billetes y en hora y media salimos. Pasamos la verja con todas las cosas y nos despedimos de Nelson. Ahora toca esperar y desear que no tengamos dificultades para subir las bicis y sobre todo que no haya cajas con pescado ni animales.
La estación tiene buena presencia, una verja protege las filas de asientos donde la gente espera a los autobuses. Unos guardias de seguridad dejan pasar sólo a personas que tienen billetes para viajar. Eso te da cierta sensación de seguridad con tus cosas. Los baños están medianamente limpios y el edificio es medio nuevo. Si no fuera porque fuera hay miles de furgonetas viejas cargadas de personas, basura por las calles, bocinazos, gente mendigando, podría ser una estación de Europa. A las 8:00 llega puntual el autobús, es algo más pequeño y de momento las bicis no caben de pie, habrá que tumbarlas sobre las maletas. Hemos reducido la cantidad de bolsas para que no llame tanto la atención. Ahora tenemos sólo cuatro, dos grandes y dos medianas, más las bicis. Resoplan y montan teatro para hacer ver que te cobrarán mucho. Van subiendo todo y nos dejan los últimos, puedo poner las maletas y una bici juntas y la otra en el otro maletero atada al chasis. Me tocará bajarme en las paradas por si suben cosas. Cuando toca pagar, vuelve a cobrar más de la cuenta. Le llamo ladrón y se hace el indignado y nos amenaza con no dejarnos viajar, aunque no es nadie para decir eso. Toca aceptar el impuesto y salimos indignados.
Salir de Luanda nos lleva más de dos horas, varias paradas por estaciones locales y callejas donde suben algo de carga. Algunas de las calles nos suponen minutadas para acceder hasta la pequeña estación. Abarrotadas de personas que caminan por las aceras, mercados, mujeres con bultos en la cabeza, taxis locales, motos, basura, un estrés visual a ritmo de atasco. Por suerte suben pocas cosas y la bici sigue a salvo. Tres horas más tarde comenzamos a ver verde. Un paisaje de Baobabs, en algunos momentos bosques enteros que parecen una película de chamanes donde la magia reina a sus anchas. Comenzamos a ver poblados de colegios humildes, pequeños mercados, una realidad que nos recuerda a las pedaladas que dejamos atrás hace tres semanas cuando llegamos al segundo proyecto. El viaje en bici regresa a nuestras vidas y somos conscientes, tenemos ganas, aunque nos da pereza pensar en todas las lluvias y barro que nos esperan.
Soyo está a 400km de la estación central y al ritmo que vamos parece que serán mucho más de las ocho horas que han dicho, pero en cuanto salimos de la influencia de la ciudad los kilómetros caen como hacía mucho que no pasaban. Por momentos hay carreteras de dos carriles. Hacemos alguna parada, pero esta vez son más normales, quince minutos en algún mercado para que el conductor descanse y coma algo. Hoy el aire acondicionado no es un horno, hoy toca nevera y tenemos que abrigarnos, de hecho tenemos frío. Para colmo aunque el conductor es mayor nos pone una música discotequera a todo volumen que no deja ni pensar y por todo el autobús hordas de mosquitos campan a sus anchas. Cada dos por tres pegamos una palmada al aire, un, dos, tres, cuatro, crees que ganas la batalla, pero surgen de todos los lados y esperamos que ninguno tenga malaria. A las dos horas se apaga la música, un frente menos, en una de las paradas le pido que suba la temperatura por lo menos cinco grados, lo hace, pero el aire tiene vida propia y aunque estamos mejor, hay ratos siberianos que nos obligan a subir la cremallera del jersey y cobijarnos bajo un pañuelo grande que tenemos para estas ocasiones.
Vamos paralelos a la costa, de vez en cuando vemos el mar Atlántico a la izquierda y una llanura de palmeras a la derecha, el paisaje ha cambiado mucho respecto a lo que hemos ido viendo hasta ahora. Por el interior las nubes cada vez son más negras. En las señales de la carretera aparece Soyo y 100km, vamos a buen ritmo y quizá esas ocho horas sean reales, nos viene bien, queremos llegar de día para buscar sitio para dormir e ir a donde el ferry para verificar los billetes. En el mismo autobús viaja un alemán mayor con sus mochila, porte varias guías, se le ve bregado. Cuando llegamos a Soyo, el autobús va dejando a personas por las calles. Siempre pienso lo mismo, en Europa ese gesto sería impensable, aunque aquí es cierto que dejar a una mujer mayor con sus saco gigante cerca de su casa es ayudarle mucho. Allí ni se lo plantearía el conductor, “ya te buscarás la vida señora”.
Descargamos todo, las bicis parece que están bien, las bolsas secas. Montamos las bicis y el señor nos dice que hay un hotel barato cerca de la estación. Efectivamente está bien de precio. Las habitaciones son muy básicas. La sábana con la que nos taparemos dibuja una pajarita en la cama. Al extenderla es una sábana sucia, llena de agujeros y para una persona. La presencia de diez, la realidad es africana. El colchón de muelles está destrozado y sobre él hay una colchoneta que no cubre la cama. Le pedimos otra almohada, toallas y una sábana que por lo menos nos tape a los dos. Nos trae todo con una sonrisa. El cuarto no tiene luz en el baño, está encharcado, las paredes están sucias del roce y no tiene ni mesillas, metemos dos sillas para poder apoyar algunas cosas. Después de muchos años viajando por África, nuestro umbral ha bajado mucho y mientras tenga unos mínimos, nos vale, y este los tiene. Dejamos todo y nos vamos al puerto a ver si la terminal fluvial está abierta. Pero no, está cerrada y nos dice que tenemos que ir al día siguiente a las 6:00, tres horas antes del ferry. Nos parece algo exagerado, hemos ido en otros ferrys y teniendo los billetes, no parece necesario, pero estaremos a las 6:00 por si acaso.
Compramos algo de cena y regresamos al hotel, reorganizamos las maletas ya en modo viaje, ducha y cenamos un bocadillo de salchichón con tomate. Ha sido un día de excursión poco nutritivo. Nos vamos a la cama que mañana toca madrugar de nuevo. La noche se hace larga, a ratos calor, el colchón es bastante incómodo y los mosquitos, aunque pocos, a veces silbotean por las orejas para arrancarte del sueño.
A las 5:00 nos ponemos en marcha. Montamos las bicis por primera vez en mucho tiempo, retomamos la rutina olvidada. Salimos a la calle y parece que no sea tan pronto, motos, taxis y ruido por todo. Cuando entramos por la calleja que da acceso al puerto una fila enorme de personas con bultos espera a que abran la verja. Y eso que hemos venido pronto. Nosotros vamos con bicis y le digo al chico que ya tenemos billete y que nosotros somos vehículo. La verja se abre y nos deja pasar. De repente somos los primeros. Tenemos que pesar y hacer el check in. En un angar lleno de maletas hay un peso grande, unas mesas donde clasifican las maletas y tres hombres con ordenadores y varias regletas con cables. Un chico verifica que no excedamos los 40kg que tenemos por personas, pero dice que las bicis van a parte. Poco a poco van entrando personas de la calle y la cola detrás crece, pero el ritmo de atención no va acorde con el horario del ferry. Con lentitud teclea nuestros datos y pasa el relevo al que nos tiene que cobrar y darnos los tickets. Dice que nos hace descuento por las bicis, aunque en realidad nos cobra el doble de lo que valen. Quiero poder subir las bicis yo, así que prefiero buen royo y pago el impuesto porque no es mucho. Pegan el adhesivo en la bici y nos da nuestros billetes, nos marchamos con las bicis en vez de dejarlas en el hangar como han hecho con otros cicloviajeros. Con lo que supone tener que dejar tus cosas y confiar que llegarán y las tratarán bien.
Ahora toca esperar en la sala de espera, dejamos las bicis fuera y quedan dos horas y media para el ferry. Poco a poco se va llenando. En un momento entra un hombre y dice que la bolsa de mano tiene que ser de 8kg, muchas personas exceden eso. En estos países, a veces llevan comida a las familias o mercancía que venderán y siempre van con muchos bultos. La gente mira para el suelo. El hombre suelta el discurso, pero creo que es más protocolo que realidad. Empiezan a verificar los pasaportes para subir al ferry, a los extranjeros, dos monjas mexicanas y nosotros no dejan para el final, hasta que un hombre saca fotos del pasaporte con el billete y nos deja subir. Toca convencer de que seamos nosotros los que llevemos las bicis. El empleado usa el talkie, aquí siempre hay alguien más arriba que tiene que decidir lo que sea. Nos dicen que las acerquemos pero que luego las subirá otro en proa. Las dejamos fuera y desde dentro se ven en el muelle. En una especie de cercados detrás de los asientos, la gente deja sus bultos de mano y se sientan. Como es temprano la gente se duerme. Mientras tanto, todo el equipaje lo van descargando de un camión y lo van lanzando en cadena hasta una sala dedicada a ello. Miro las bicis, siguen ahí. Un hombre me pide que me siente, le hago caso, pero sigo pendiente. Merodeo, pregunto, sugiero, pero las bicis siguen ahí. Dicen que las dejarán en proa, con lo que supone subir esas bicis con toda la carga y dejarlas allí. Uno de los cercados tiene hueco, si no en los pasillos, pero el encargado no quiere. Al final las dejan en los pasillos laterales sobre los bultos y tendremos que confiar que no les pasará nada. Mientras tanto sigue llegando gente y ya son las 9:30, normal con el sistema que tienen de check in.
El viaje dura tres horas y media, el mar no está complicado, pero el ferry se mueve ligeramente. Algunas personas se ve que no están acostumbradas y sufren un poco. Nosotros nos sentamos con las monjas que nos cuentan su proyecto y nos recomiendan un lugar donde dormir en Cabinda. La gente duerme, los pasillos de paso están ocupados por personas tiradas en el suelo, cubiertas con pañuelos grandes para poder descansar. Nosotros dormimos también algo, lo cierto es que estamos cansados. Desayunamos lo que nos habíamos comprado en Soyo y entre conversaciones, cabezadas, paseos, lecturas, el viaje pasa rápido. A la izquierda el Atlántico, plataformas petrolíferas se ven de vez en cuando, Angola es muy rica en eso, aunque todo se vaya al extranjero. A la derecha el litoral que no dejamos de verlo. Primero hemos pasado el delta del río Congo, uno de los más grandes del mundo y desde donde salieron millones de esclavos y recursos naturales como caucho, oro, diamantes, litio… hacia los colonizadores.
Por fin llegamos a Cabinda, una de nuestras preocupaciones al comenzar África de como pasaríamos esta etapa ya está resuelta, ahora nos queda un mes duro de clima y caminos, pero ya estamos donde queríamos estar en la fecha planeada. Al desembarcar me invento que me han dicho que en vez de ir en bus a la terminal me han dicho que espere a las bicis para llevarlas yo. El jefe encargado le parece bien y nos deja esperar y se asegura de que nos saquen las bicis lo primero. Hemos tenido suerte, están bien y salimos montados en ellas. Toca que la policía judicial y la de inmigración nos hagan fotos a nosotros y a los pasaportes, pasados esos trámites ya salimos a las calles. Lo primero que hacemos es ir a la congregación de San José de Cluni que nos han recomendado. Al preguntar a la madre superiora, Quiteria, que nos acoge en el segundo cero. Nos ofrece un cuarto, pero son de camas individuales, unos tienen luz, otros mosquitera, otros agua. Así que les pedimos si podemos meter dos camas en el que tiene agua, que nos da igual si no tiene luz. Aceptan, pero quieren que estemos bien, llaman a las niñas que viven ahí y limpian, nos traen sábanas, toallas, sacan cajas y media hora después el cuarto es super habitable. Le ponemos mosquitera y como Irma no está conforme llama a su sobrino que es electricista y nos arregla la luz. Tiene hasta aire acondicionado, pero no tiene gas, le decimos que no pasa nada, pero se queda preocupada porque pasemos calor.
Comemos con ella y a la tarde conocemos a la tercera, Elena. Una es profesora, la otra enfermera y la otra analista. De 50 a 64 años, pero con mucha energía. Demasiado trabajo que hacer, así que las conversaciones sobre el contexto a veces no son muy alegres. Nos cuidan y nos piden que descansemos que el viaje estará siendo duro y cansado. A la noche cenamos juntos y nos cuentan sus necesidades, tomo nota por si algún día tengo más dinero.
Pasamos dos días con ellas donde aprovecho para actualizar la web y adelantar el séptimo artículo de rumbos olvidados. La tarde anterior nuestro cuarto no tenía luz ni aire acondicionado y ahora el siguiente invitado tendrá las dos cosas. Se han portado de maravilla. La tarde del sábado nos enseñan la escuela y el puesto de salud. Estar con ellas ha sido el mejor comienzo para el mes que nos queda hasta llegar a Camerún, una carga de baterías que nos vendrá muy bien para los momentos duros.