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SOFÍA

El 29 de mayo llegábamos a Sofía después de 37km de etapa con un buen puerto mañanero y aproximarnos en tren desde Radomir para evitar el caos de tráfico que supone las entradas a las grandes ciudades. El tren llega a la estación central. Antes de salir preguntamos horarios para salir de Sofía cuando acabe este parón obligado.

La idea era estar dos días de visita, pero Sheila tiene que regresar a Pamplona para hacer un examen de oposición y poder estar en lista al acabar con Rumbos. Con lo que dos días serán siete. Al salir de la estación nos encontramos con dos tranvías que cruzan delante por las vías que comparten con los coches. No sé que tienen las ciudades con tranvías, pero les concede un halo de elegancia, sobre todo si parte de la flota es con modelos muy antiguos como es el caso. Creo que si tuviera que vivir en una ciudad europea, elegiría una con tranvía.

Seguimos las vías hasta el puente de los leones, cerca, ahí está nuestro hotel. El edificio tiene cuatro plantas, es verde y blanco, antiguo, de ventanas grandes. Es el edificio que da a la rotonda y está aislado. La primera impresión es de duda respecto a como estarán las habitaciones y el ruido. Al llamar al timbre no hay nadie, el código que nos han enviado es erróneo y tenemos ganas de dejar todo, ducharnos e ir a comer. Una mujer sale del hotel, parece prostituta, las alarmas pitan, pero entramos. Un pasillo estrecho, oscuro con una puerta al kebap aledaño que inunda todo de olor a comida y al fondo una recepción en la que no hay nadie y apesta a cañerías. No hay ventanas con lo que ese lugar nunca se ventila. La primera reacción es la de salir huyendo, pero no podemos cancelar. Llamamos a los teléfonos pero nadie responde y a la media hora entra una chica que nos dice que hasta dentro de dos horas no estarán limpias las habitaciones. No hay muchas ganas de deambular por la ciudad, pero preferimos que limpien.

Comemos algo, localizamos una tienda de bicis para ajustar y arreglar el pedalier de Sheila, de paso una lavandería para resetear la ropa. A las 15:00 regresamos y nos enseña una habitación donde caben las bicis. Tres pisos para subir todo pero nos aleja de los olores. Está mejor de lo esperado y muy bien iluminada. La noche anterior nos ha llovido así que desplegamos lonas, tienda y nos duchamos. Lo primero dejar las bicis, luego la ropa y nos lanzamos a ver fugazmente Sofía. Un pequeño esbozo para que Sheila sepa que le espera cuando regrese de Pamplona. Antes de ir al hotel cenamos en un restaurante iraquí de barrio, sencillo, mesas de madera oscuras, apiñadas para que quepa el mayor número de personas, en el que tú mismo te llevas los platos, pero la comida es buenísima, sabores exóticos que con poco consiguen mucho. De ahí a dormir que al día siguiente Shei vuela y está atacada de los nervios.

El 30 desayunamos con la calma, prepara un pequeño bolso donde se lleva lo justo y en la parada de metro de Serdica la despido hasta el 2 de junio a la noche. Se hace raro alejarte de alguien con el que has convivido 24 horas el último mes. No separamos con la cirugía de un rodillo de metro y la veo irse por el túnel. Dos vidas paralelas, ella regresa al punto de partida y yo me quedo en el día de la marmota.

No quiero recorrer la ciudad sin ella, así que mis días en soledad se limitan a dos bibliotecas y un cine de barrio donde proyectan películas europeas que puedo entender, francés, inglés y castellano. Mi territorio se ciñe a la parada de metro de Serdica donde hay yacimientos romanos integrados en la estación conectando las galerías de todas las salidas. Muchos de ellos por debajo de la plaza Nezavisimost que lleva a la Asamblea Nacional.

Aunque recorro algo más reservo mis sentidos para compartir la experiencia turística y entro en una especie de letargo de lectura, labor de oficina pendiente, cine y comer kebaps. Sofía e intuyo que cuando lleguemos a Turquía será lo mismo, tiene  un lugar de comida rápida por cada dos habitantes. De cuatro negocios uno será de comida, otro barbería, el tercero un supermercado y el cuarto para otras necesidades. El olor por las calles es de pizza o carne, el sonido el de la máquina de afeitar o el tranvía. El fin de semana pasa rápido y no me siento muy alejado de Shei porque nos comunicamos constantemente, la diferencia es que ella está comiendo comida de madre.

El lunes a la noche voy en metro hasta la última parada de la línea M4, el aeropuerto. Ahí espero a que llegue, son las 22:30 de la noche y debería dar señales de vida, pero su vuelo se ha retrasado casi una hora y la veo correr al fondo y alcanzar por cinco minutos el último metro que nos devuelva a Serdica. Son las 00:30 de la noche, la ciudad sigue latiendo, pero quedan los mendigos, las prostitutas, que cerca de casa hay muchas y mucho mena, con lo que vamos directos a casa.

Nos quedan dos días para ver Sofía, es una ciudad que rezuma historia, a diferencia de Skopje que se veía impostada, Sofía, a pesar de los terremotos y las guerras mantiene ese aire de estratos de varias civilizaciones. Entre mezquitas, sinagogas e iglesias ortodoxas puedes visitar muchas iglesias. En la mayoría te quedas con las ganas de sacar una foto porque si no pagas no te dejan, se ve que no es cuestión de espíritu, si no de dinero. La ortodoxas destacan por no tener bancos donde sentarse, su enfoque de la oración es diferente a la católica, las mezquitas te obligan a descalzarte y al pasar toda la sala es lugar de oración, una moqueta cubre el suelo y siempre habrá alguien arrodillado haciendo genuflexiones. A mí me transmite más verdad en su fe, por la razón que sea. Para mi destacan la Mezquita de Banya Bashi, la iglesita de Svete Nedelya, La hagia Sofía, la iglesia de San Nicolás y sobre todo la catedral de Alxander Nevski que majestuosa se levanta en la plaza del mismo nombre, con sus cúpulas doradas y pintada de verde y blanco. Al entrar, a diferencia de otras que hemos visto que los colores están restaurados, brillas y tienen luz, esta es oscura, con la lámpara característica en el centro. Se eleva hasta 52 metros de altura e impone esa oscuridad, ese olor a humo de vela, ese ambiente lúgubre con la escasa luz de velas y bombillas y donde sientes ser parte de la historia. No te va a dejar indiferente.

Hay muchas cosas más que visitar como los parques, que hay muchos y se agradece para descansar un rato en sus bancos. A mí me gustó el city garden donde se erige el teatro nacional Ivan Vazov, al estilo templo griego y donde casi todas las personas de la ciudad van a pasar la tarde. En un rincón en las mesas de ajedrez todas las tardes jugadores y espectadores se retan.

Desde serdica sale el boulevard, peatonal y con cientos de terrazas plagadas de turistas y que contrasta con la calle donde vivimos en la que la mayoría son inmigrantes y es vida de barrio en comparación con una zona plagada de consumo que nada tiene que ver con la realidad. Músicos de todos los niveles y estilos se dispersan a lo largo de la calle llenando el aire sin armonizarlo. Se suman muchos mendigos, la ciudad en la que más hemos visto hasta la fecha y miles de papeleras por todo, que a pesar de la cantidad, siempre están rebosantes y en equilibrio con la basura que se acumula.

 

El último día reordenamos las maletas, ya que Shei ha traído mucho más de lo que se llevó, de momento cuatro neumáticos que iremos cambiando según necesitemos. A la tarde cenamos de nuevo en el iraquí y nos despedimos yendo al cine. Sofía ha merecido la pena. 

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