INAUGURACIÓN PRIMER PROYECTO
Aunque las etapas que precedían la llegada a Shaydon eran duras, hemos conseguido adelantar un día la llegada. Hemos prescindido del día de descanso en Kairakum al haber tenido una etapa de 14km el día 1. Avisamos días antes al doctor con el que hemos desarrollado el proyecto que adelantaríamos nuestra llegada. Nosotros pensamos que el programa que nos envía sigue sobre lo previsto y nos levantamos con la calma. A las 10:00 hemos quedado con Ahtamsho, el director regional de la Cruz Roja. Caminamos desde casa de Mutabar y Ackram, está a unos dos kilómetros del teatro. Nos habían dicho que la única tarjeta que funciona en Shaydon es Babilon y hemos quedado con el interprete para hacer una, pero vemos que nuestro internet funciona y le decimos que no hace falta. Nos escribe preguntando donde estamos y les esperamos en el Teatro, viendo los ensayos de los alumnos para el día de la independencia. Nos escriben diciendo que vayamos a la oficina de la Cruz Roja, que nos espera Ahtamsho, no sabemos donde es, así que caminamos calle arriba sin rumbo fijo. Al llegar decenas de enfermeras vestidas con el uniforme, globos blancos y dorados decoran la puerta de entrada de un edificio rehabilitado, el que hemos rehabilitado. Hombres trajeados, que son autoridades locales, una chicas con una bandeja con pan y miel. Nos están esperando, han adelantado un día la ceremonia de inauguración sin decirnos nada. En un mundo paralelo y ajustado al plan, estaríamos sobre la bici y todo el mundo esperando para inaugurar el centro sin saber donde están los donantes. En el que vivimos, Sheila y yo llegamos con ropa sucia de cinco días, con corronchos de sudor y olor acorde. Le mostramos el programa a Mutabar, “ceremonia: 4 de septiembre”, “niet, niet”, gesticula negativamente, señala el suelo, es hoy, es ahora. Con la presencia de un indigente celebramos la ceremonia. El médico, el alcalde, el director, dan sus discursos y yo con interprete improviso unas palabras que no tenía preparadas. Somos los primeros en romper un trozo de la torre de panes circulares y untarlo en el pequeño bol de miel, es una tradición tayika, después procedemos a cortar la cinta y en avalancha nos metemos en el pequeño centro recién reformado. Han cambiado las puertas, han arreglado el techo, pintado, nueva instalación de electricidad, suelos nuevos y un lavabo en la consulta del doctor con un depósito de mil litros que lo alimenta. El dinero ha rehabilitado un edificio desahuciado.
Están construyendo un hospital nuevo en la entrada, mientras tanto usan un complejo de edificios muy envejecidos, de suelos desgastados, ventanas de madera que cierran mal, instalaciones precarias, camas viejas y con ese aire de lugar abandonado donde un paciente entra para morir contagiado con la atmósfera. La parte del hospital que da a la avenida principal es un edificio de una planta de un verde enfermo y descolorido hasta que llega a la parte que hemos reformado donde el verde revive y destaca en la fachada. Entramos para ver todas las reformas y nos enseñan con orgullo las nuevas instalaciones. En un momento todo el mundo se evapora, antes de salir de las salitas los globos han desparecido y nos quedamos solos con Mutabar, Ahtamsho y los intérpretes, ya que no hablan inglés. Las conversaciones son lentas ya que hablamos con una persona mirando a los ojos de otra, esperando la respuesta. Y si no hay intérprete, es el traductor del móvil que aún que le quita más naturalidad, pero nos ha salvado y ayudado mucho.
Ese día comemos en uno de los muchos restaurantes que hay. Espacios con decenas de salitas y donde te traen la comida local. A la tarde nos relajamos en casa de Mutabar.
Mi objetivo en Shaydon es el de grabar historias locales donde mostrar la precariedad del sistema sanitario, del agua y el día a día de una persona en una zona rural de Tayikistán, pero no han organizado nada y tengo que insistir mucho para poder grabar algo. El segundo día subimos a un pueblito donde el consultorio local está de reformas. Entre los botes de pintura y los sacos de cemento, en el banco del pasillo esperan los pacientes a ser atendidos. Las consultas acumulan cajas de los cuartos que están siendo arreglados, con lo que quedan pocas camillas vacías. Loas lavabos son un depósito de metal con un grifo, pero por la cal están atascados y se limpian las manos con jarras de plástico. No hay sistema de agua en el edificio. Vemos un par de atenciones y como el médico a penas se lava las manos por la incomodidad. En una salita al fondo, varias mujeres mayores y madres con niños esperan a ser atendidas por la enfermera. Una mujer en una camilla espera a que pase la medicación que le han puesto en el suero, una niña recibe una medicación con una inyección y una señora mayor contempla todo con apariencia cansada. Después nos llevan al final del pueblo. Un riachuelo con basura y donde beben las vacas tiene agua. De ahí con bombas y una tubería oxidada que cruza el río y salpica agua de las juntas mal selladas llenan un depósito deborado por el sol y el tiempo, abollado y que pronto necesitará recambio. El depósito abastece el pueblo que no cuenta con agua en muchas de las casas. Por supuesto no hay sistema sanitario con lo que todas las casas tienen letrinas.
Aprovechamos el tirón y grabamos algunas imágenes en dos consultas del hospital de Shaydon, hasta ahí llegará el esfuerzo para que pueda mostrar su realidad. Piden más ayuda, pero no me dan las herramientas para conseguirla. Llega el día nacional de la independencia y sus energías están puestas en eso. Los pasillos están oscuros por la escasez de ventanas y bombillas de bajo voltaje, paredes y puertas envejecidas, despachos, consultas en conjunto muestran una realidad sanitaria con muchas necesidades. En los pasillos muchas mujeres con niños. No sé si son atendidas por separado o es que como casi siempre nos ocurre en las asistencias que hacemos, la mayoría que acude es femenina. Presencio el caos de una sanidad precaria con la mirada curiosa de saber quien es ese “turist” que lleva una cámara.
Hasta ahí llegará mi documentación sobre el tema que me concierne. El resto de días seremos uno más de la cultura local y se nos abre una puerta que otras veces no hemos cruzado por la actividad con la ong local, y es la de vivir su día a día. Una de las tardes nos invitan a un cumpleaños familiar en casa de la hermana de Mutabar. La familia se dedica al campo, cientos de barquillas de fruta se apilan en el patio de la casa. Varios edificios, uno para el baño, la cocina, los dormitorios, la sala de comer. Nosotros pasamos a la que están las mujeres, en el edificio aledaño celebran los hombres. Una mesa llena de platos y bandejas con bollos, ensaladas, fruta, dulces, nos traen empanadas, sopas, palov. El hermano de Mutabar me ofrece coñac, son musulmanes, pero tienen herencia soviética, nos beben públicamente, pero no esconden beber. El invitado es una oportunidad para abrir un coñac que le ha enviado su hijo desde Rusia. Acepto un chupito para brindar, para él será la bebida del resto de la cena. Con gestos y sonrisas nos comunicamos y la energía ayuda a que sin entendernos podamos conectar. Es de noche, pero no es tarde, aún y todo el cuerpo está cansado, regresamos caminando hasta casa que está lejos.
Los mercados en muchos de estos países es el epicentro donde se articula todo. Es domingo y bajamos a Bulok, sin llegar el tráfico se intensifica, cientos de coches aparcados, bocinazos, atascos y personas con carros, animales, bolsas que caminan entre los vehículos. Hay un edificio de galerías donde se vende casi cualquier cosa. Aledaño está la explanada con filas y filas de mesas y toldos que durante la semana están vacías y el domingo hierven. Cruzamos una puerta y un río humano sube y baja, personas con carros llevan las compras a los coches de los clientes, frutas, verduras, carnes, puestos de comida, ropa, hay de todo. Cuesta caminar entre los puestos. Es un bodegón rebosante de color y somos conscientes de que en África esa oferta desaparecerá. Salimos del recinto donde se vende comida y paralelo a la carretera el arcén está ocupado por puestos en el suelo con recambios de coches, bicis y utensilios de cocina. El ruido se intensifica, aparecen jaulas con gallinas, conejos y animales pequeños. Entre los vendedores hay muchos niños, la realidad laboral es que pronto comienzan con el negocio familiar. Hay un parking gigante con coches mal aparcados que dejan poco margen a la maniobra. Entre los coches hay cabras, vacas, ovejas y desembocan en un recinto con una nube de polvo y varios cercados llenos de animales. Hombres vendiendo y hombres observando las piezas. Gente de campo, animales hacinados en los pequeños vallados. Un hombre tiende la mano, es el mediador, apretón, y le zarandea con brusquedad arriba y abajo, el chico se retuerce de dolor, parece que cede. No me queda claro si alguien ha perdido dinero o simplemente sellan los precios sin piedad. El hombre con bigote y gorro sucio se marcha satisfecho, el chico no tanto. Los ojos no me dan para fijar tanta instantánea, quiero llevármelas todas, podría pasar horas, pero Mutabar y Akram están acostumbrados y quieren regresar a casa.
Dejamos el jaleo del mercado matinal y subimos a casa. Esa tarde nos han invitado a una boda. No asistimos casi nunca a una boda, pero una oportunidad así, de conocer la cultura desde dentro hay que aprovecharla. Caminamos hasta un salón alquilado y llegamos una hora antes, casi todas las mesas están listas con platos de comida, dulce y salada. Casi no hay nadie, pero Mutabar quiere asegurarse el sitio. Poco a poco va llegando gente, prácticamente todo mujeres, a la mañana lo han hecho con los hombres y a la tarde sólo asisten 20, frente a 120 mujeres. Todas con vestidos brillantes, las niñas llevan vestidos de princesita, las adolescentes con vestidos por debajo de las rodillas y las mayores con casacas hasta la rodillas con pantalón a juego. Las mayores con pañuelo. Llegan los novios y la banda en directo canta música que roza lo tecno con tintes árabes, pero les gusta, todas salen a bailar con movimientos muy simples, parece un guateque donde casi nadie sabe bailar realmente, pero nadie se avergüenza. La novia y el novio llegan. Ella mira al suelo y con las manos en el pecho hace gestos de sumisión en cada mesa. Agradece, pero parece que pide disculpas. No mira a nadie, no habla, avanza de mesa en mesa solemne, dramática y después se sientan en una mesa que preside el salón y que está más alta. Frente a ellos botellas de refrescos y picoteo que no tocan en toda la comida. La novia y el novio presencian toda la boda desde lo alto, casi no interactúan, el resto baila, come, ríe, la novia sigue haciendo reverencias. El acto no tiene ningún componente religioso, solo festivo. En Tayikistán limitan a 150 personas las celebraciones, ya que les gusta mucho demostrar y se les estaba yendo de las manos, en Uzbekistán no lo han hecho y debe haber bodas de más de mil personas.
Antes de las 20:00 Mutabar nos hace un gesto para que nos vayamos a casa, ella está cansada y lo cierto es que nosotros también. Regresamos caminando de noche, la luna está llena y en pocas horas habrá un eclipse lunar que convertirá la super luna en un círculo rojo en la noche estrellada. Mutabar está cansada, pero suele dormir en una cama que hay en el exterior y se ve obligada a ver la luna con nosotros ya que hemos sacado las sillas para verla.
El lunes ocho vamos al estadio de la ciudad y cientos de niños ensayan el día de la independencia que se celebra el 9. Muchos de ellos con banderas del país, otros con cuadros de los proceres y héroes de la patria. Profesores, alumnos deambulan y ensayan. Yo grabo fascinado hasta que un profesor me pregunta que hago, dice que donde voy a publicar eso. No cree que sólo sea para mi archivo, que no sea para publicar y me hacen ver que lo deje. Hacemos tiempo con todos los alumnos de Mutabar a nuestro alrededor sacando su mejor inglés. De ahí vamos a casa de la hermana de Mutabar donde comemos de nuevo hasta reventar. Primero te ofrecen una mesa llena de fruta, cosas para picotear y cuando ya estás terminando te sorprenden con una sopa de garbanzos con arroz y luego carne y te arrepientes de haber comido sin control al llegar. Antes de irnos, al igual que el día del cumpleaños, nos regalan dos toallas, es su costumbre y no aceptan un no por respuesta, aunque viajes en bici. En tres etapas enviamos paquete a España desde Taskent, así que esta vez las llevamos, pero en caso normal, las regalaríamos a alguien por el camino. Cuando regresamos a casa, un hombre sale del edificio de gobierno y le pide a Mutabar fotocopias de nuestro pasaporte, la profesora en cuestión no se fía y ha denunciado la presencia de dos extranjeros que son sospechosos de espionaje. Mutabar me dice que seguro que hay personal de la KGB y tenemos que llevarles las fotocopias. Mutabar se queda y nosotros nos vamos a casa. Cuando llega, dice que ya les ha explicado y que no hay problema.
El resto de la tarde la pasamos tranquilos. El último día en Shaydon es el día de la independencia, estamos tranquilos en casa y el ambiente se siente de despedida. Akram sigue flojo con la tensión y tratamos de hacerles ver que no se automediquen, que es peligroso. A las 17:30 subimos caminando al estadio donde se celebra la ceremonia. Conforme llegamos la zona del teatro está llena de gente por los alrededores vestidos elegantes, hay inflables, puestos de comida, se respira la festividad. El plato fuerte está en el estadio y al entrar las gradas están rebosantes, en el campo hay preparados una pérgola con las autoridades, asientos en primera fila para personas importantes y muchos militares rodeando todo el evento. Buscamos un sitio en las gradas y los jóvenes hondean banderas del país y casi todos los asientos están ocupados por mujeres. Los hombres, como el marido de Mutabar se han ido a beber. Presenciamos varias de las actuaciones de los niños, exaltación de los símbolos patrios, del presidente, de los héroes, exhibición de las futuras promesas deportivas, muchos bailes con vestidos coloridos. Mutabar casi no me deja grabar y mucho menos bajarme a la hierba a hacer primeros planos con lo que son imágenes lejanas. Cerca de las siete les propongo ir a cenar y les parece buena idea. Cenamos en el que estuvimos el primer día y comemos el mismo plato. Está lleno y cuesta buscar sitio, las mujeres corren para conseguir uno y nos hace gracia. Cenamos muy agusto y después helado de despedida. Mutabar nos pasea orgullosa y nos pide que digamos las pocas cosas que hemos aprendido. Tras varias fotos de exposición vamos a casa a preparar las alforjas, en casa está Akram, con cara de cansado de los dos días enfermo y visiblemente contento por las dos copas que se ha echado con los amigos. Nos habla con cariño y nos dice que le pidamos lo que necesitemos. Con un abrazo nos vamos a la cama.