63km 650+
El albergue de Biel ha sido una casa rural para nosotros solos, después de la cena, poca más energía nos quedaba y lo justo tuvimos fuerzas para darnos la ducha y llegar a las literas. Con el sonido de la noche rural caímos en el sueño. Amanecemos pronto y antes de salir, aprovechamos la cocina, la cafetera y el café que queda de otros peregrinos. El sonido del agua cafeinada saliendo y el aroma son resortes que activan tu cuerpo desde los sentidos. Un café rápido y a las 8:00 estamos subiendo el puerto desde Biel. La carretera está en silencio, ningún coche, sólo el paisaje, los pájaros y nosotros. Entre sembrados y bosques la carretera sube curveando hasta los 13km de etapa, suave, calentando motores. Lo diré cientos de veces durante el viaje, pero los comienzos de día es lo que compensa todos los sufrimientos de andar en bici, esa calma, con las energías a tope, si todo el día fuera con esa sensación, llegarías al fin del mundo.
Hace buen día, pero no tanto como para ir de camiseta corta, los dos vamos con manga larga, porque la brisa a 15º se cuela por los resquicios que deja la ropa. Estamos en lo más alto y todo el valle se abre para regalarnos un paisaje espectacular hacia Santa Eulalia, a la izquierda asoman los mayos de Riglos, una formaciones rojizas donde la gente escala con el río Gállego, bravo mojando la parte baja. Los campos oscilan con el viento y las flores rojas dibujan un cuadro impresionista que detiene el tiempo.
Ya hemos llegado al río, desde el puente metálico observamos los remolinos de un río en plenitud por la época del año, con un tono azul azufroso. Sacamos la foto de rigor y de nuevo toca subir para enfilar la primera parada. Otros 5km de subida que sin desayuno en el estómago cuestan más. Llegamos a Ayerbe felices, además el olor de las pancetas nos guía hasta la terraza del bar Piscinas. Hemos tirado de las reservas del día anterior, quizá si hubiera sido más duro, habríamos llegado peor. Un bocadillo de Lomo con queso y tomate, un donut de chocolate y café y la barra de combustible se recarga y la de felicidad se desborda. Nos quedan 28km hasta Huesca, casi sin desnivel, pero de nuevo el viento se cruza en nuestro camino. Más de 30km/h de frente que ralentizan y complican los kilómetros.
Huesca se hace de rogar, sobre todo porque al salir de Ayerbe circulamos por carretera general y el paso de coches y camiones a los que no estábamos acostumbrados resulta molesto. A la izquierda las montañas, a la derecha la llanura verde e infinita. Huesca no es muy grande y llegamos rápido al albergue de peregrinos San Galindo, llamamos al hospitalero, nos da el código y descubrimos un lugar entre moderno y acogedor perfecto para pasar dos días. Hay tres peregrinos más, hombres mayores que viajan solos. El camino de Santiago aporta la seguridad para aquellos que quieren vivir una aventura, salir de su zona de confort pero sabedores de que caminas en un espacio controlado donde siempre estarás con alguien.
Días antes de empezar el viaje, la tienda de bicis de Pamplona, Segundo Ciclo, cometió un fallo incomprensible y me puso una biela grande sin darme solución al error. Los tres días de bici han sido difíciles porque mis piernas no están acostumbradas a esa distancia y he sufrido contracciones en los músculos constantes y mucho cansancio de piernas. Así que después de ducharnos y comer vamos a Bicifactor, la tienda que tuve que buscar para arreglar esta situación. Allí estaba Rui, un portugués de Viana do Castello, que no ha recibido la biela que compramos, pero que se ha buscado la vida para encontrarme una que me sirva con los platos que llevo. Además cambió el eje de pedalier porque estaba oxidado, engrasó todo y descubrió que la pata estaba doblando el cuadro y que podría ser fatal para el viaje. Durante un rato miró el cuadro, encontró una solución y con su bici se fue a comprar una pletina y unos tornillos, de manera artesanal solucionó el problema cerrando una hora más tarde el negocio. Me regaló una llave para apretar tuercas, una galga para medir la cadena y un spray para el dolor de las piernas. Un hombre increíble que me ha salvado el comienzo del viaje, un amigo del que seguro me acordaré hasta el final y espero ver de nuevo.
Luego tocaba cenar en un albergue en silencio, cuando llegué a las 21:00 algunos peregrinos ya llevaban una hora en la cama y la cena fue casi monacal.
