74KM 570+
El despertador suena como siempre, a las 6:15, y como siempre remoloneamos hasta las 6:30, hay algo en esos quince minutos que es placentero y descansas mejor que en toda la noche, más si hay pájaros de fondo. Lo que cuesta es incorporarte y motivarte para hacer 80km con calor. Seguimos el ritual mañanero de ir guardando el saco, la colchoneta, la ropa, vestirnos y salir para extender la tienda de campaña y las lonas a ver si se secan antes de empezar la etapa, pero el calor no es intenso a esas horas y media hora después las gotas de humedad siguen resbalando por todo, con lo que guardamos todo mojado y nos encomiamos a una habitación grande para secarlas.
Salimos de ese camino en zona industrial a la carretera con el objetivo de llegar hasta Vize a 27km para desayunar. Entramos a los 2km en Pinarhisar, con susto incluido, al pasar por una fábrica vemos tres perros venir con los dientes apretados y ladrando hacia nosotros “¡Acelera!”, calentón y a los 400 metros giramos la cabeza y vemos los perros asomarse a la carretera y desistir de ir a por nosotros. Hay algo que se escapa a nuestro control y son los perros, nunca sabes cómo van a reaccionar ni de donde van a salir. Aunque no lo haya contado hasta la fecha, hemos tenido varias subidas de tensión ya.
No sabemos si por el susto o por el olor, pero a los 3km, cruzando las calles del pueblo los dos tenemos hambre y sucumbimos al ver una panadería. Lo ideal es avanzar más, ya que esa parada la haremos de todos modos y todo suma a lo largo del día. Entre frases aprendidas y traductor, pedimos una torta rellena de carne y dos chais. La hospitalidad turca, hace que el tendero mueva a dos clientes de la mesa de fuera para que nos sentemos, a pesar de implorarle que no lo haga, ellos se levantan y se van a dentro. Su generosidad a veces incomoda, pero hay que aceptarla con sonrisa. Comemos y arrancamos definitivamente la etapa. La primera parte es ligeramente subiendo hasta los 12km, por una carretera de un carril, con el sol en contra y con el calor que ya comienza a apretar. El paisaje que nos espera deja los verdes para amarillearse los campos. El perfil es más o menos plano e iremos alternando un carril con dos. Con lo que la etapa sabemos que será de transición.
Llegamos a Vize y paramos como teníamos pensado inicialmente, justo al tomar el desvío a la ciudad hay un restaurante medio abandonado con mesas a la sombra y es perfecto para tomar un café soluble y algo de fruta. Descansamos un poco y seguimos camino. Desde ahí casi todo serán dos carriles con mucho tráfico y en un momento dado cuando llevamos dos horas de bici y unos 34km, son las 11:20 de la mañana y hace más de tres horas y media que hemos empezado, sin darnos cuenta se nos han ido en dos paradas mucho tiempo. Lo comentamos, qué rápido pasa el tiempo cuando paras y aunque estemos viajando, ese tiempo pesa al final del día cuando más calor hace y que hora arriba, hora abajo marca la diferencia de terminar en horas de poder comer y ya descansar.
Nos marcamos como siguiente objetivo en Büyükyoncalli, después de muchos kilómetros de vías rápidas de dos carriles, con campos de cereal amarillos por todo, algunas fábricas cerca de Saray por fin salimos a una carretera secundaria para entrar en ese pueblo. Encontramos una panadería pequeña, dejamos las bicis y compramos una barra de pan por 0,14€, el señor muy amable nos atiende y en ese momento entra una mujer a la que saludamos en turco y le deseamos buen día. Nos sentamos en un bordillo de la calle y con paté macedonio, choricillos búlgaros y pan turco nos hacemos un bocadillo que nos alegra el día. En ese momento la mujer sale y se despide. La parada se alarga entre conversación y comer relajados y la mujer baja con un plato y varios postres locales que ha hecho ella. Ella habla en turco como si la entendiéramos, pero al responderle en castellano agradeciendo su gesto y preguntarle por los pasteles, es como si la barrera del idioma desapareciera y sin saber exactamente que dice el otro nos hemos entendido perfectamente. Tratamos de imaginar el caso de una pareja turca viaje en bici por España y una mujer baje a darle comida y no llegamos verlo. Hay hechos que tenemos que fijar en nuestra mente para replicarlos en el futuro.
Tras la tercera parada del día queda ir a Cerkezcoy, una carretera secundaria que nos llevará entre canteras y campos hasta una ciudad mucho más grande de lo que piensas al ver el mapa. Desde ahí la idea es tomar el tren al día siguiente, así que lo primero que hacemos es ir a la estación. “No hay billetes para hoy, ni para mañana” “¿nada?” “No, además no podéis llevar bicis”. En ese momento todo el plan se desmorona. La idea es ir a Estambul en tren para evitar la entrada, es una ciudad de 15 millones de habitantes, si ya vamos por secundarias de dos carriles, que nos será más cerca. El hombre amable llama a la estación de autobuses y le dicen que sí podemos llevar bicis, pero al colgar nos dice “cargo turístico extra, será caro”. No tenemos otra y regresamos hasta la estación de autobuses y nada más entrar un chico nos ofrece dos plazas en 50 minutos y negociamos el precio de las bicis, se queda todo en 26€. Hace una hora nos veíamos alargando etapa y mañana palizón, así que esos 26€ son baratos.
Desmontamos todo y nos subimos al bus que nos lleve a la exótica e histórica ciudad turca. Siempre la habíamos visto como un ciudad de cuento, lejana y ahora hemos llegado en bici… Conforme nos acercamos vías de cuatro carriles con mucho tráfico y el cansancio hace mella y nos dormimos antes de llegar. Aunque la ciudad asoma mucho antes de llegar al centro y barrios y barrios de casas construidas o en construcción. Entramos en un laberinto de túneles que es la estación central de la que salen y entras decenas de autobuses como en un hormiguero.
Ya hemos superado el primer obstáculo, ahora queremos llegar hasta nuestro hotel en metro. Salimos a la superficie de la estación, una explanada enorme de diferentes compañías de autobús y en frente está la entrada al metro. Nos dicen que las bicis pueden ir dentro, pero al llegar el trabajador dice que con tanta carga no se puede. Le pongo en el traductor que nos ayude por favor y se apiada, hace una llamada y nos da paso y no nos cobra. Bajamos las escaleras con las bicis cargadas, pero no sabemos que tren es el nuestro. A la primera mujer que preguntamos, habla inglés y justo va a la parada a la que queremos ir, en toda una ciudad como Estambul, se baja en la misma que nosotros… Así que la seguimos, a empujones en un vagón lleno de gente conseguimos meter las bicis, la gente nos mira alucinados y a duras penas la sujetamos y nos agarramos. Nos bajamos en la última parada y nos queda ir a otra estación y tomar otro metro que cruce el estrecho por un túnel bajo el agua. De nuevo problema para entrar, pero la mujer media y un señor acerca su tarjeta y nos paga los tickets y se marcha, acciones que valen oro, somos conscientes de que eso en muchos lugares no ocurriría. Entrar en ese metro ya es otra historia. El marcador marca 10 minutos de espera y conforme pasa el tiempo filas de gente se colocan para la entrada a los vagones. El metro se acerca y van llenos, sin saber como conseguimos meter las dos bicis y aunque algunas personas nos miran mal, el resto respeta. Hacinados aguantamos tres paradas y salimos a la superficie. ¡Prueba superada, estamos en Estambul! Al llegar, el del hotel nos dice que está ocupado y que tenemos que buscar algo para esa noche. Después de un buen rato, sentados en un bordillo del hotel donde dormiremos los próximos días, encontramos algo asequible cerca. Así que rápidamente vamos y de nuevo tocan tres pisos por escaleras para subir todo. Nos damos duchazo, desplegamos campamento para secar y a la calle, es de noche, se ha hecho tarde y tenemos mucha hambre, pero es una zona cara y los restaurantes se ven elegantes y paseamos en busca de algo más sencillo y justo en un pequeño local con dos mesas hay un señor que nos dice que está abierto. Él sólo hace pasta, así que felices, una de bolognesa y otro de pollo y champiñones que devoramos, probamos el yogur turco que nos encanta y además nos regala pastelitos y una sonrisa, qué más podemos pedir. Regresamos y a la cama casi sin desvestirnos.
Ruta en strava.
