76KM 705+
A ratos se va la luz y el ventilador se para, la temperatura sube en minutos, sumada a la humedad, el cuerpo se nos llena de gotas que perlan la piel. Las sábanas están empapadas de sudor y cada vez que te mueves sientes el frío de la zona que has mojado antes. Entre nuestro olor corporal y el acumulado de las sábanas hay un sumatorio que te echa para atrás, pero al rato te acostumbras. Nos quedamos tirados boca arriba casi sin movernos hasta que vuelve la luz y entonces poco a poco el ventilador mueve el aire y te relajas hasta dormirte. Durante la noche se ha ido tres veces la luz, una de ellas ha llovido intensamente con la lluvia golpeando el techo de uralita y creando un estrépito enorme.
A las 6:00 suena el despertador y estamos agotados, remoloneamos quince minutos, pero sabemos que el calor y la posible lluvia vespertina la queremos evitar.
El cuarto tiene las paredes azules y verdes, todas igual de sucias, un muro que no llega al techo separa el baño de la habitación, dentro un cubo enorme de agua para los cortes y un váter sin tapa y con la parte de arriba rota. Rara es la vez que puedes sentarte con tranquilidad, de normal toca hacer cuclillas para las necesidades. Con ese calor matinal nos preparamos un café, pelamos la piña que compramos y comemos algo de pan con nocilla. Suficiente para afrontar la etapa.
Entre una cosa y otra se nos hacen las 8:00 y salimos a la calle principal de Lambarené. Es una ciudad dividida en tres por el río Ogooué. Dos puentes unen los trozos. A esas horas ya hay gente por todos los sitios. Está claro que hay mucha gente a la que no le gusta caminar, porque siempre hay colas donde pasan los taxis y en cuanto llega uno se abalanzan para ver cuantos caben. Nos paramos en la panadería que el día anterior compramos pan. Debe de ser bueno, porque siempre hay cola. Las barras están a punto de salir y poco a poco la gente se arremolina delante de la mesa, el orden es el que más mete codos. Nosotros le hemos dicho antes que queremos sólo dos y en vez de pelearnos el chico nos mira y nos saca dos barras entre los brazos. La gente llena las bolsas con hasta quince barras. En ese momento están perfectas, dos horas más tarde perderán su dignidad. Un señor trata de colarse diciéndome que hay otra panadería en frente, le digo que vaya él, que yo espero, insiste y con una sonrisa le digo “¿qué crees que los blancos son idiotas?. Se ríe, lo ha intentado. De cualquier manera se cuela a casi todos y se marcha con sus barras.
Salimos de la ciudad con un par de cuestas serias para pasar de islote en islote y cruzando puentes. El río es enorme, ahí si divide y en cien kilómetros antes de llegar al mar se une de nuevo. Hemos pasado lugares en África que el agua es un lujo y aquí millones de litros pasan por segundo.
La etapa vuelve a ser una montaña rusa de subes y bajas, con una maleza que se adueña de todo. Con las dos primeras cuestas ya hemos mojado la camiseta y a esas horas donde el calor todavía no está presente, casi pasas frío en las bajadas.
En una de esas bajadas nos cruzamos con dos hombres que salen de la selva con un lagarto de un metro muerto, nos alejamos rápido y me quedo con las ganas de hacerle una foto. El otro día me pasó lo mismo con un mono muerto colgado de un palo. A veces no te paras porque queda mucho, porque llueve, porque hay personas y les molesta que hagas fotos y vas perdiendo oportunidades de mostrar esa realidad que no es ajena.
Hacemos una micro parada en lo más alto de la etapa 135msnm. En cuanto paramos comenzamos a gotear por los codos, las manos, la cara. Comemos un poquito, bebemos otro poco y seguimos etapa. Hoy no es muy larga y de primera nos hay mucho tráfico. El asfalto ya nos avisó el padre de la parroquia que era muy malo. Para una bici no tanto, pero hay tramos con muchos agujeros y tierra que ralentizan la marcha. En el peor tramo nos adelantan diez camiones con troncos. Por suerte ha llovido los suficiente para que no haya mucho polvo en suspensión. Son mastodontes que los anticipas antes incluso de verlos, retumban por todo. Los acompañantes sacan medio cuerpo por la ventanilla para animarnos. Toda la caravana ha estado un cuarto de hora pasándonos y a los pocos kilómetros los vemos parados para comer.
Seguimos un poco y debajo de un árbol que tiene un banco, nos paramos para comer una manzana y cacahuetes, bajar el calor corporal y seguir camino. En frente hay dos niños que juega apoyados en un coche destartalado. En casi todas las parcelas que hemos visto hay coches viejos que un día dijeron basta y ahí se han quedado creciendo maleza. Otras veces son coches que se han salido en un accidente contra un árbol, un terraplén o lo que sea y los restos marcan el lugar donde casi seguro murieron personas.
Nos queda un tercio de etapa. Está siendo muy bonita y tratamos de fijar esa carretera estrecha con un muro vegetal a los lados desde el que nace la jungla hacia el interior. Nos acompaña el sonido de los pájaros todo el rato. Si se oye así desde el asfalto, caminar hacia dentro tiene que ser ensordecedor. De los caminos salen mujeres con los cestos llenos de leña, ramas o frutas, con ese caminar cansino que da la humedad, el esfuerzo y la edad. Nunca ves a un hombre haciendo esa labor.
Hoy no hay mucho desnivel, pero las cuestas te obligan a subir piñones, rápidamente y bajar la velocidad mucho. En cuanto paras el calor sube proporcionalmente. Con el sudor se intensifica el picor de los fourous y de vez en cuando te dan arrebatos donde necesitas rascarte. La última parte pasa más rápido y pronto vemos Bifoum al fondo, es un cruce de caminos que lleva hacia el interior de Gabón, un camino de tierra por donde salen y entra decenas de camiones con árboles. Nosotros nos paramos en el cruce donde hay muchas tiendas de comida, ropa, y restaurantes. Nos metemos en uno, la presencia es la de siempre, paredes con marcas, manchas negras, suciedad. Mesas con hules de plástico con cubiertos encima. Una cocina minúscula con un hornillo de gas donde sacan decenas de platos al día, espagueti, arroz o tortilla con diferentes tipos de carne, vaca, pollo o riñones. Lo más caro es la tortilla, aquí los huevos son muy caros, vale menos un plato de arroz que la tortilla.
Después de comer, compramos algo de comida y vamos en busca de una escuela. Está camino de Libreville, pasamos varias casas desde las que saluda mucha gente y pronto vemos la escuela. Son sólo tres aulas, en la casita que hay vive uno de los profesores y en otra casita hay varios niños. El profesor nos abre la puerta y desplegamos todo. Toca el curioseo infantil esperado, pero cuando tenemos que ducharnos con un cubo de agua, nos cuesta echarlos. Durante la tarde irán viniendo y yendo para ver que estamos haciendo. Ver la edición, escribir, les ponemos alguno de los vídeos y les encanta. Un buen rato se escucha a una niña llorar, el final nos señala la oreja y parece un tímpano perforado, nos dice que ha usado un bastón de oídos y parece que con demasiada energía. Le explicamos a la madre que tiene que llevarla a que la miren, pero nos da la impresión de que no lo hará.
En cuanto oscurece se hace el silencio infantil, pero el de la selva y el de los camiones pasando no desaparece. Instalamos tienda de campaña, cenamos y a dormir.