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ETAPA 111 RIO DE AREIA-LUBANGO

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115KM 925+

Nos hemos propuesto hacer dos etapas en una y llegar un día antes a Lubango. Nos enfrentamos a la etapa más dura de África y quizá eso nos hace dormir algo más nerviosos. A las 5:00 de la mañana suena el despertador con una bola de fuego espiando entre los árboles y cambiando de color lentamente. Desde que pasamos a Angola nos habíamos perdido los amaneceres y el reto supone ver uno de nuevo. Aunque dentro del aula sigue haciendo calor, al abrir las ventanas y la puerta del aula entra una brisa fresca que se agradece. A esas horas comienzan a llegar las mujeres de la limpieza y las mesas y sillas resuenan por el colegio siendo arrastradas para barrer las aulas.

Es verdad que la temperatura es inferior a 20º, pero no es muy fría, sin embargo en África es frío y observas a la gente muy abrigada. Claro está los que tienen dinero para comprarse un abrigo. A las 6:00 estamos listos y Bartolomeu, el policía, de casualidad ha subido a despedirnos. Es un hombre pequeño, muy delgado y mayor. El traje le viene dos tallas grande y aún parece más débil.

Salimos a la carretera con un día encapotado, las nubes se adueñan del cielo y no sabemos si llegaremos a Lubango secos. El pronóstico anuncia lluvias para mañana y por eso adelantamos. El perfil será en constante ascenso hasta los 1800msnm. A esas horas no hay mucho tráfico, motos y motocarros con gente que nos saludan. Algunos tienen cara de asombro, sin entender que haces dos blancos pedaleando a esas horas. Atrás quedaron esas rectas con llanuras secas a ambos lados de la carretera. Ahora el asfalto cimbrea más y el verde se apodera poco a poco del cuadro que vemos. Se añaden rocas gigantes dispersas por todo dando la sensación de que un gigante ha jugado a traerlas desde alguna montaña porque no nos explicamos de donde han salido. Hay colinas con matices negros y arbustos verdes al fondo y entramos poco a poco en un escenario mucho más agradable para pedalear.

A la hora que otros días estamos arrancando etapa ya llevamos 36km y paramos a desayunar algo sobre unas rocas a la sombra de los árboles. Aunque nos vamos acostumbrando, hay que armarse de paciencia con las moscas que pronto te rodean en cuanto paras. Incluso se vas rápido en la bici es sorprendente como continúan volando alrededor de la cabeza y posándose en tu cara. Con el sonido de las moscas untamos los bollos que compramos en Cahama con los restos de crema de cacahuete en el café frío. Con hambre todo sabe mucho mejor y reponemos combustible para seguir en marcha. En ese rato han pasado más camiones que en las dos horas que llevamos en la carretera. Todos pegan un bocinazo y sacan la mano por la ventanilla.

El cielo sigue sin despejarse y se agradece, porque 115km en subida con un cielo abrasivo es una empresa muy diferente. En etapas largas solemos escuchar podcast, pero cuando hay tráfico o no podemos ir en paralelo tiramos de recordar momentos del viaje. Por un lado hacemos gimnasia mental, por otro rememoramos buenos y malos momentos, pero lo curioso es que los kilómetros en ese ejercicio de estirar nuestros recuerdos, pasan más rápidos. Antes de llegar a Chibia, pasamos por Qihita, una población más pequeña pero que parece un punto de venta importante. A los dos lados de la carretera, entre el asfalto y las casas, en la arena, hay puestos de madera en el mejor de los casos o mujeres sentadas en el suelo con frutas y verduras. Una hilera de bodegones que parece una serpiente de color, rojos, verdes, naranjas, amarillos amontonados. Es temprano y el género tiene muy buena pinta. En los países anteriores no hemos tenido la suerte, pero pensamos que a partir de ahora, en cada final de etapa encontraremos para hacernos ensaladas o cocinar con producto fresco y no latas. Las casas de ese pueblo son de adobe y techos de uralita con piedras sujetando el techo. No sabemos si es porque a veces hace mucho viento o por otra razón.

A los 72km llegamos a Chibia, salimos casi del pueblo y en una loja (tienda) compramos algo de agua para reponer y dos refrescos. Una estantería con las latas puestas en fila para que parezca que hay más productos, pero casi se pueden contar con las manos. Una mujer muy gruesa y sonriente nos vende los refrescos y nos sentamos un rato a descansar. En una etapa normal habríamos terminado, pero quedan aún 45km y es donde se acumula casi toda la subida. Todos los días los niños de la carretera nos piden dinero o comida. La cuestión es que nos ocurre incluso en las tiendas, restaurantes con gente de apariencia saludable y con la ropa nueva. Da la sensación de que hay una inercia mendicante que la ejercitan todos. Estas manteniendo una conversación sobre el viaje y de repente una cuña, “me das 1.000 kwanzas”, con la misma sonrisa que te lo piden por si suena la flauta, les dices que no y la conversación sigue por el mismo camino.

Salimos a la carretera y el perfil en subida baja nuestro ritmo. Implica más esfuerzo, como hay más humedad regresamos a los sudores que teníamos olvidados desde Tayikistán. La velocidad más baja nos pone al paso de la gente que camina por el arcén y te da más tiempo a quedarte con los matices. Desde que hemos entrado en Angola, regresamos al transporte de lo que sea en la cabeza. En ocasiones es inverosímil. Ya sea por peso, donde ves las vertebras aplastadas y ese rictus en la cara de esfuerzo y equilibrio, otras por dimensiones donde un el bulto parece un planeta sobre la cabeza. Madera, agua, utensilios, lo que sea. Cuando llevan troncos, que serán decenas de kilos, colocan la carga en el punto exacto y caminan con el penduleo perfecto para que todo se mantenga en su sitio. Si fuera fotógrafo profesional, detrás de lo que llevan en la cabeza hay un reportaje precioso.

Cuando llevamos 95km empieza la periferia de Lubango. No llega al millón de habitantes, pero se extiende como una enfermedad por el paisaje. Paramos en un barrio, bajo una bandera de Angola. El símbolo patrio está por todo, casas con los colores negro, rojo y amarillo, u hondeando en mástiles. Comemos un par de manzanas y cacahuetes y nos motivamos para la parte urbana que será más tensa y exigente. El tráfico crece. Además es una zona de empresas de mármol, granito y otras rocas y hay bloques enormes por la carretera y nos adelantan muchos camiones con un cubo gigante que hace trabajar las suspensiones. Lubango está en alto y llegamos por toboganes donde aparece y desaparece la ciudad. Las horas de bici, el madrugón y las ganas de llegar al segundo proyecto del viaje, pesan y sentimos el cansancio. Doble carril y hemos pasado de la tranquilidad de la mañana sin tráfico a cientos de motos, coches, furgonetas, pitidos por todo. Hay una furgoneta azul y blanca que hacen de minibuses cargados siempre con muchas personas que entran y salen constantemente. No te respetan y tienes que subir tu sentido arácnido para sobrevivir. Cuestas y más cuestas, seguir el gps y estar atento para que nadie le parezca tu móvil el regalo del día. Callejeamos más de diez kilómetros hasta la casa de Emmanuel, un profesor canoso con bigote, pausado, sabio, que nos acogerá la próxima semana en su casa para realizar la segunda acción del viaje, la construcción de un pozo en una zona muy vulnerable, el Alto de Bimbi.

Desmontamos las bicis, nos duchamos, comemos y a la tarde le acompañamos a la universidad. Un edificio en lo alto, donde se acumulan todas las reservas de agua. La facultad en comparación con las universidades europeas se ve muy sencilla, pero las instalaciones son muy buenas. Emmanuel cuenta a sus alumnos nuestro proyecto y los ojos se ponen sobre nosotros y conversamos con ellos. No hay ninguna chica.

De ahí nos llevan a comprar la comida para la semana y cenamos con su pareja, Marilda. Él es portugués, tiene 72 años y disfruta de su profesión, ella es una antigua estudiante. La cercanía de los idiomas nos permite entendernos y los temas son muy interesantes, sobre la realidad de Angola, sobre la guerra civil, sobre nuestro proyecto. Se nos hace tarde y regresamos todos cansados a casa. A la una de la madrugada caemos todos rendidos. Ya estamos en Lubango y queda una semana por mostrar la escasez de agua en las comunidades a 2.000msnm.

 

 
 
 
 
 
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Una publicación compartida de Y OS LO CUENTO/RUMBOS OLVIDADOS (@yoslocuento)

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