40KM 45+
El refugio que nos da la casa en obras en la parcela de Memenanteña nos ayuda a descansar bien. Eso sí, hasta la mitad de la noche sudamos por castigo y eso que no hemos puesto la cubierta y corre algo el aire. Luego ya baja algo la temperatura y Shei saca el saco para cubrirnos. Todavía en la tienda, la anfitriona aparece para darnos los buenos días. Le saludamos desde dentro de la tienda de campaña, por unos segundos no me ve desnudo, ya que justo estaba poniéndome la ropa de la bici.
Recogemos todo en poco tiempo, el sol que teñía el horizonte de rojo al levantarnos ya ha subido y parecen las 12:00 del mediodía. En la finca hay varios coches sin ruedas y destartalados. Pasamos a la zona donde viven y cocinan. Además del cañizo donde cose hay una zona con muchas ollas de hierro apiladas. Calabazas, restos de comida, basura, barreños donde lavan la ropa y en el suelo dos fuego donde cocinan algo blanco y un gran recipiente donde guisan algo rojo. Hoy tienen una boda y están cocinando para 200 personas. Admito que ninguno de los dos guisados resultan atractivos, pero siempre pienso que pensará un extranjero cuando ve las manos de cerdo o los cayos. Memenanteña tiene las manos teñidas de rojo de lavar el vestido que cosió el día anterior para la boda. Nos dice que ahí tenemos una familia y nos da un abrazo sin apoyar las manos en nuestra ropa. Nos hacemos una foto de grupo y nos despedimos de ellas.
Son las 8:00 de la mañana y sólo tenemos 40km de etapa. En un puesto hecho con cuatro maderos y una chapa metálica cuelgan cuatro patas de vaca aún sangrando. Dos hombre están haciendo brasas y limpiando una parrilla metálica donde intuyo que irán vendiendo trozos cocinados al fuego durante todo el día. Lo que está claro que la gente local come esa carne de todos esos puestos y sigue adelante, pero me gustaría saber exactamente si hay gente que se pone enferma, si esa carne a lo largo del día con el calor que hace y la falta de refrigeración acumula bacterias nocivas. Es una pregunta que me hago en todos los viajes cuando veo puestos de carne colgada al aire libre o de venta de pinchos de carne cocinada hace horas. Me he aventurado algunas veces y nunca me ha pasado nada, pero trato de evitarlos. Desde las patas veo a Sheila cruzar la carretera y comenzar la etapa.
A los 3km entramos en la última población grande que veremos en cuatro días hasta Xangongo, en Angola. Por esa razón compramos varias latas de comida porque ya no tendremos supermercados. Cargamos las alforjas de latas calculando cuatro desayunos, cuatro comidas y tres cenas. Mientras comemos algo para desayunar fuera del supermercado, se acercan a la mesa varios niños, de la misma tribu que la gasolinera del día anterior. Una chica que come en la misma mesa me dice que son dembas, vienen de angola. Visten telas de colores, collares, pulseras y el pelo en rastas que el día anterior me pareció teñido de naranja son como plastas de arcilla que rodean cada rasta. Llevan bolsas de leña a la espalda y desde que llegamos repiten “one dólar (un dólar)” como un mantra. Igual que el día anterior les sonreímos con un no, pero toca ignorarlos porque se sientan y te miran con la sensación de buscar que te incomodes y les des para que se vayan. Juego con ellos y les miro detenidamente y se ríen. La chica que espera en la misma mesa, me dice que están hartos. Sus padres no les escolarizan y los sueltan por las calles a pedir por aburrimiento. Me pregunto a mi mismo, en el caso de que los dembas vivieran aislados con sus tradiciones, sus ropas y sin escolarizarse ¿porqué ir a la escuela, tener una casa con todo es lo correcto y no vivir en un poblado como hace mil años?, pero esta pregunta no vale para el caso ya que los padres empujan a los niños a pedir y les sacan de la ecuación tribal y ancestral, a mi modo de ver claro. La realidad es que nos da rabia no poder ayudarlos, pero honestamente, aunque seguro que pasarán hambre, no hemos visto todavía situaciones de malnutrición que hemos presenciado en otros proyectos.
Salimos a la carretera y esa carretera lleva a Ruacana, un lugar al que por desgracia no llegaremos que tiene unas cascadas muy chulas, pero que viajando en bici siempre tienes que seleccionar. Nuestro paso fronterizo hacia Angola está decenas de kilómetros antes. La carretera es la misma que la de las últimas etapas pero con menos tráfico. Esta vez hay un canal que acompaña todo el recorrido y que abastece de agua a todos los poblados. Es época seca y tiene bastante agua. Dentro de poco llegarán las lluvias y las llanuras que se extienden a ambos lados del asfalto están casi a la misma altura. De vez en cuando se ven zonas con medio metro de profundidad donde nos imaginamos balsas donde beban los animales. Pero también es un suelo arcilloso y casi seguro que a poco que llueva las carreteras desaparecerán bajo el agua.
Conforme nos acercamos a Angola y nos alejamos de la Namibia turística y blanca cada vez las casas son más sencillas. Desde pequeños barracones de una planta nos saludan y gritan a nuestro paso. Si nos dieran un euro por cada saludo que lanzamos o devolvemos pagaríamos los pozos antes de terminar Rumbos. Hacemos una parada a mitad de etapa para grabar un vídeo para Navarra Tv, en breve serán los premios donde nos han nominado y tenemos que enviar nuestra presentación. Dos mujeres pasan con sacos de verdura a la cabeza y sonríen. En todo lo que llevamos de viaje por África no habíamos visto llevar cosas en la cabeza, con lo que ahora comienza otra África, donde detalles como esos están relacionados con costumbres que por la razón que sea no se dan en zonas donde hay más desarrollo.
Algo que también comenzamos a ver son puestos de sandías, primer día y nos hace felices, intuimos que en Angola habrá más. Cuando estuvimos por Turquía, Georgia y los estanes había puestos por todos los lados. El tamaño desproporcionado de las sandías entonces nos impedía comprarlas al viajar en bici, pero hemos hablado muchas veces de que teníamos que haberlas comprado de todos modos y disfrutado. Dos meses después, al verlas no pasará un día sin comprar una. Nos quedan más de veinte kilómetros y a final de etapa habrá. Los niños de las casas salen a nuestro paso y saludan con alegría. Es uno de los mejores motores de viajar con África. Hace calor y nos queda poca agua, pero pronto vemos el sitio donde vamos a dormir. Es un guest house en Omindamba. Está aislado, no hay tiendas cerca, sólo dos puestos de fruta 800 metros antes que fichamos. El lugar donde vamos a dormir es un complejo con bungalows, habitaciones, zona de acampada y huerta con frutales: mangos, plátanos, papayas… Frida la mujer que nos enseña el lugar nos dice que dentro de nada comienzan los mangos en Angola y que nos vamos a aburrir. Se nos ilumina la cara y ella suelta una carcajada. Dejamos todo en la habitación y regresamos a esos puestos de fruta donde compramos, melón, sandía y papaya. Estamos felices.
Regresamos al pequeño refugio donde pasaremos dos días antes de cruzar la frontera con Angola. Toca trabajar seriamente en el sexto artículo y espero ser más productivo que en Oshakati donde se nos fue el tiempo sin sentir descanso.