96KM 90+
Los ladridos esporádicos de los perros nos sacan del sueño en algunos momentos de la noche. A las 6:15 suena el despertador y lo cierto es que el lugar no es idílico y queremos salir de ahí cuanto antes. La dueña del lugar negoció duro estando fuera del recinto, si hubiéramos visto el espacio medio abandonado, medio porque vive la familia, pero a lo largo del espacio hay billares polvorientos con cajas de bebida vacías encima. Una cocina ennegrecida con basura por el suelo y donde costaría comer un plato si vieras el lugar antes. Lo único bueno que ha tenido el lugar es que era seguro.
Mientras montamos las bicis el padre baja las escaleras como puede, aún huele a alcohol y pronuncia con dificultad. Un hombre calvo, mayor con una camisa de mangas cortas desabrochada trata de tener una conversación con nosotros. Poco antes de las 8:00 salimos del recinto y nos para en el momento de más esfuerzo por la arena para hacerse una foto con nosotros. Llama a la hija, que está visiblemente harta de su padre, pero que por cultura acude rápida a la petición de su padre. Foto fugaz y nos ponemos en marcha.
El objetivo es hacer 90km hasta un colegio antes de Ondangwa, en todos nuestros proyectos anteriores, los colegios eran un lugar donde no nos ponían problemas, pero últimamente no estamos teniendo suerte. La etapa vuelve a ser ridículamente llana. El sol nos ilumina por detrás y tratamos de alcanzar nuestra sombra sin éxito. La pobreza de la gente se hace patente, en los países por los que hemos pasado no es lo habitual. Comenzamos a ver la escasez de agua o de infraestructura. Gente camina con garrafas de 25 litros por el lateral de la carretera hacia el primer pozo que vemos en nuestro periplo africano, desde ahora será lo normal. Da igual que sean niños, esa labor les toca igualmente. Saludamos a cada persona que vemos y algo nos dice que no están acostumbrados a que los blancos les saluden, la sonrisa que sale en su cara es enorme y te devuelven un saludo con el mejor deseos para la etapa.
A los 15km paramos en Omuthiya para comprar algo en el supermercado y desayunar. Muchos negocios de bar abiertos a esas horas y puestos de madera vendiendo comida y ropa a lo largo de todo el pueblo. Se mezclan con superficies donde se lee “Centro del estilo de vida”, frases huecas para atraer clientes mientras las vacas pastan delante. A la sombra de la pared del supermercado comemos un par de empanadas y algo de fruta. Varios niños que venden ropa por la calle nos observan y uno de los empleados quita el candado del grifo para rellenar la garrafa de agua. Demasiada información que narra el desafío que supone vivir aquí.
Con algo de energía en el cuerpo nos lanzamos a por más kilómetros. A diferencia de lo que hemos vivido hasta la fecha donde pasábamos etapas enteras sin poblaciones, esta zona está salpicada de pequeños poblados y ciudades más grandes más a menudo. La etapa no avanza mal, aunque a Sheila le ha bajado la regla y se nota más floja. Hacia los 44km hay una gasolinera con unas mesas a la sombra donde varias personas esperan a las furgonetas que les lleven a sus casas. Comemos algo de fruta y la gente de alrededor nos pregunta que hacemos y hacia donde vamos. Es curioso que en todos nuestros viajes, casi siempre te comentan que la gente del país siguiente es menos amable o alegre, pero hasta la fecha no ha habido muy malas experiencias en ese aspecto. Quizá la gente del norte de Namibia nos ha parecido más seria y más brusca. Repostamos agua, nos lavamos las manos en un grifo que hay en una pared de la gasolinera y que varias personas se acercan a usarlo, ya que no hay agua en el baño y el otro grifo tiene candado. Un hombre namibio se acerca y nos habla en español, trabaja para un barco pesquero que pesca en la zona de las Malvinas.
Seguimos camino y por el camino vemos una especie de recintos con muro que son varias casas como una comunidad familiar. A veces son de casas más sencillas, pero otras son unifamiliares bastante lujosas. Muchas vacas, vacas y burros pastan por los arcenes y obligan a los coches a frenar. Por la razón que sea, en esta carretera hay un tráfico muy intenso, tenemos dos sustos, uno con un camión que no quiere esperar para adelantar y nos pasa tan cerca que nos echa de la carretera. El segundo es un autobús que pasa a tal velocidad que no nos da tiempo a apartarnos, lo hace rozándonos y sin importarle que pueda hacernos daños. Algún coche que adelanta a la contra nos echa también de la carretera. Cuatro episodios en un día, de algo que no habíamos vivido en todo África y que suponemos comenzará a ocurrir más desde la frontera con Angola.
A los 72km paramos en otra mesa a la sombre de un árbol enorme con un tronco que invita a abrazarlo. Cerca hay uno más grande aún pegado a la carretera donde varios jóvenes están sentados en su sombra esperando algún coche que los recoja. Comemos sardinas y fruta para que no nos ocurra como el día anterior donde la búsqueda de alojamiento se alargó que terminamos por no comer nada. Con el estómago lleno vamos a por los últimos 20km. Son las 14:00 de la tarde y el sol calienta mucho. El viento en contra y la falta de humedad hace que la boca se seque en minutos y no paremos de beber agua. A lo largo de la etapa hemos bebido seis litros cada uno.
Llegamos hasta el colegio en domingo, eso no ha supuesto nunca un problema en todos los años que llevamos viajando por África. Hoy no ha nadie de seguridad y una mujer nos deja el teléfono de director, pero no contesta y volvemos por los caminos de arena hasta la carretera. Vemos en overlander (una aplicación que marca lugares para dormir entre otras cosas) que hay un guest house relativamente barato. Antes de llegar vemos otro colegio, pero de nuevo ponen pegas y que no está permitido. Ya llegaremos a Angola donde esperamos que esta dinámica cambie o nos saldrá muy caro dormir. A 500 metros esta el guest house y negociamos la noche a buen precio y ya nos instalamos. De primeras no hay agua hasta que encienden la bomba de presión, pero el chorro que sale es lo justo para mojarse. Hay un restaurante al lado barato, pero no tienen ni arroz ni carne ni ganas de atender, con lo que nos compramos en un supermercado que hay en frente un par de latas para calentarnos. No hay ni verdura ni fruta fresca. Hay más galletas y picoteo que comida de verdad.
Regresamos al hotel donde hay un par de alemanes y uno de ellos se llama Jordy, con 25 años viajando de mochila por África y con la idea de realizar algún proyecto solidario. La cabeza le ha cambiado en este viaje y quiere ser parte del cambio. Tenemos la sensación de que lo volveremos a ver. Ya en el cuarto, hacemos la cena, escribimos, filtramos y a la cama.