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2º PROYECTO, POZO DE AGUA

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CONSTRUCCIÓN POZO DE AGUA EN EL ALTO DE BIMBI, ANGOLA

El 28 de abril de 2025 arrancábamos un viaje de año y medio para realizar cinco acciones solidarias. En septiembre llegábamos a la primera y a finales de octubre a la segunda. El lugar, Lubango, próximo al Alto de Bimbi, una meseta a más de 2.000msnsm donde vive la tribu Ñaneca. Era 31 de octubre cuando nos recogían en la casa que pasaríamos una semana en Lubango. El objetivo de ese día era conocer el lugar, ubicar y dar contexto a una comunidad humilde que vive con una pozo y manantiales que dan agua en época de lluvias. A 30km de Lubango está Humpata, el municipio al que pertenece el Alto de Bimbi, paramos en el ayuntamiento, la alcaldesa quiere conocernos y matizar ciertos flecos. Esperamos un rato hasta que nos hace hueco y hacemos oficial la presentación entre los donantes del pozo y los estamentos. Nos agradecen la donación, pero la reunión se debe para dejar claro que una vez acabado, no reclamaremos la titularidad del pozo y su agua y trataremos de sacar beneficios. Nuestros ojos saltones demuestran que no queremos más que dar agua y apartarnos, pero su pregunta pone de manifiesto que otros han sacado rédito y que una donación se envenenó con el tiempo. La triste realidad es esa, que hay que dejar todo bien claro para no llevarte sorpresas. Con la firma simbólica de nuestra palabra salimos del ayuntamiento hacia nuestro pozo.  Desde ahí un camino de tierra, a ratos de piedras que no hacen fácil el acceso. Durante el camino vemos a personas caminar por el lateral, estudiantes que van o regresan de la escuela, mujeres con canastos o baldes de plástico llenos de verdura sobre la cabeza, motos que avanzan a duras penas por un terreno abrupto que con la lluvia es una pista de lodo indomable, suben de tantas veces que han realizado ese trayecto más que por tracción.

Vemos casas de adobe con techos de paja, algunos de chapas de metal sujetas con piedras para que no se las lleven el fuerte viento que a ratos sopla. Hay una escuela primaria, de dos edificios, donde la mayoría de los alumnos están fuera de clase, los horarios son unos y la distancia y las labores con el ganado marcan la puntualidad de cada uno. Esa no es la escuela que visitaremos, la nuestra está aún más lejos, más inaccesible. Pero antes veremos donde construimos el pozo. El hombre del ayuntamiento indica a Marcos, nuestro conductor, por donde ir en cada uno de los desvíos, hace rato que hemos perdido la noción del espacio y me costaría ubicarme. Un buen rato de camino pedregoso, de vaivenes dentro del coche. La zona es calcárea, hay mucha roca y no entendemos porqué las casas son de barro teniendo tanta piedra que dura y aísla más. El ingeniero que viaja con nosotros nos dice que construyen por cultura, pero toma nota y propone al del ayuntamiento hacer una casa tipo para que la gente siga el modelo.

Llegamos a una explanada donde hay varias personas locales y algunos obreros. En el suelo una montonera de arena blanca y un tubo que sale del suelo. Parece una chimenea de una casa enterrada, pero es el tubo que conecta con el agua encontrada 120 metros más abajo. Ha sido difícil traspasar las decenas de capas de roca, pero han llegado. En un lateral casi treinta montones de arena de diferentes colores que marcan todos los estratos. Queda una semana para inaugurar el pozo y aseguran que estará terminado. Parece improbable, pero se les ve muy seguros. Les decimos que no pasa nada si no está acabado, que ya mandarán fotos, pero confían.

Ese día hacemos varias visitas para poner en contexto el lugar, lo primero, el único pozo que hay en la zona hasta la fecha. Está a cuatro kilómetros de un terreno complicado. De camino vemos varios pastores con sus vacas o cabras, niños les acompañan y cuando nos ven corren al lado del coche y extienden su mano pidiendo pan. El alto Bimbi tiene unas 2700 personas con diferentes barrios de casas. En su día tuvieron que convencer al Soba (jefe de ese barrio) para construir el pozo fuera de su casa, ya que si no se adueñaría del agua y cobraría por ella. Hay varias casas y unos chicos con una carretilla llena de metales oxidados compra a la gente local restos que encuentran por la zona. Hay varios niños con caras tristes, miradas cansadas de vivir, ropas sucias y ajadas. Las mujeres nos piden comida. Ese pozo tiene un muro que lo cierra con concertina y una puerta. Hay horarios ya que funciona con placa solar. Dentro hay dos grifos para llenar las garrafas y varios lavaderos de ropa con un techo para las lluvias. Incluso hay huerto alrededor de todo. La placa solar alimenta el depósito de 5.000 litros. Nos enseñan el funcionamiento y pensamos que nuestro pozo será igual, días más tarde veremos que es mucho más sencillo.

Antes de ir a la escuela nos acercan a un cañón que se abre al paisaje. Una caída de cientos de metros con una cascada en época de lluvias que escupe agua al vacío. Miles de personas desesperadas por el agua y en esa pared sale agua sin poder usarla. De ahí vamos a la escuela y el centro de salud. De camino vemos plantaciones de eucalipto, una franja de árboles, la única que hay en la cima, el resto es todo pasto y rocas y la tierra es arcillosa y de poca calidad con lo que la agricultura es complicada y limita el acceso a vegetales de calidad. Es lo único que les queda a estas comunidades tan humildes, que la tierra les de el alimento, pero aquí ni eso. Y todo el ganado que tienen es para vender, comen carne una vez a la semana con suerte.

La escuela y el centro de salud están en mitad de la nada, es medio día y siguen llegando niños caminando. Lo más cercano está a 3km por caminos de tierra y rocas. La escuela está vieja y al lado casas derruidas donde estaban destinados los profesores en su día. El centro de salud tiene varias salas y buenas instalaciones, pero carece de luz y agua. El personal es un enfermero que ejerce de médico y hace lo que puede por un suelo de 230€ al mes. Grabamos unas pocas imágenes de la atención sanitaria y entrevistamos al enfermero para que nos hable del día a día. La gente tiene pocos recursos, caminar hasta el centro de salud es cansado y la escasez de agua e higiene no favorece para evitar enfermedades.

En la escuela vemos que en algunas aulas no hay mesas ni sillas, los alumnos se sientan en una especie de taburetes de madera de 25cm de alto y escriben las lecciones del profesor sobre sus rodillas. Los profesores hacen lo que pueden, las instalaciones y el nivel de los niños es bajo. Las miradas de los niños no están iluminadas, van acorde al clima, son grises. El tiempo en altitud es algo frío y para ellos es casi invierno, dan clase con chaquetas roídas y gorros desgastados y sucios. La mujer que limpia camina con las garrafas hasta un riachuelo cercano donde las vacas beben y defecan, donde las mujeres lavan la ropa y tiene agua en época de lluvias. Los niños llenan sus botellas de ese río y se lavan las manos ahí. El contagio de enfermedades por la mala higiene y la ingesta de esa agua está asegurado. Entrevistamos a Paulo, el director, tienen muchas necesidades, empezando por construir más aulas porque sólo tiene hasta las 12 años y como la escuela de secundaria está en Humpata a más de doce kilómetros dejan de asistir a clase. Sin luz ni agua afrontan cada día, por no hablar de la necesidad de mesas y sillas en varias de las aulas. Los profesores tienen que venir cada día en moto o taxi desde poblaciones a más de 15km, en días de lluvias no pueden llegar y los alumnos se quedan sin clase. Dicen que la clave para que las personas tengan oportunidades es estar educados, pero la realidad en muchos lugares es esta, con lo que el futuro es más negro que el agua que beben.

Nos quedan dos días de subir hasta el Alto de Bimbi, uno de ellos entrevistamos al soba, el jefe de este barrio, queremos hablar con él sobre que supone no tener agua, sobre el día a día, pero nos encontramos con la barrera idiomática. Su nieta, Nana, habla algo de portugués, pero no lo suficiente para entender nuestro español y en el camino se pierden muchos matices de las preguntas. Además el soba tiene 95 años y sus respuestas son escuetas, de vez en cuando capta la esencia de la pregunta y responde algo con sentido para entender su situación, pero no lo suficiente para usar su testimonio. De cualquier manera la experiencia en su casa es muy interesante. Siendo la familia más importante de la zona, su casa consiste en varias estancias para dormir de los hijos, que son un cuarto con puerta y una ventana pequeña y techos de paja, dos cuartos destinados a cocina, sin ventana y una chimenea, oscuros por el humo y por la falta de luz, el suelo en todas es de tierra y los colchones están sobre un suelo sucio. Las casas en circulo cierran un recinto donde las mujeres en el exterior cosen cestillos, muelen maíz, cocinan al aire cuando no llueve o simplemente están sentadas en el suelo. Hago foto de familia, son más de 20 desde el soba a los bisnietos. Las mujeres lucen ropas coloridas y más dignas, los hombres pantalones de tela gastados, calzado lo más digno posible y chaquetones, tienen frío, el soba con su vara de jefe y un gorro como de vaquero que tapa su calva y las canas de la barba, los niños usan ropas roídas, sucias y van descalzos o con playeras destrozadas que habrán comprado por céntimos en algún mercado.

Quiero ver cual es el recorrido que hacen para buscar agua, Nana, una de las nietas, de 27 años y cuatro hijos coge la garrafa de 25l y sale caminando hacia el arroyo más cercano, está a más de 3km. Caminos de tierra, piedras y hoy el sol abrasa. Da igual el tiempo que haga, todos los días necesitan agua. Después de cuarenta minutos llegamos a un conjunto de casas y en mitad hay una bajada a un riachuelo que con la época de lluvias da más agua. Al llegar hay un niño bebiendo agua con una botella de plástico y unas vacas lo hacen más abajo. Nana le pide al  niño la botella para no tener que buscar una poza donde poder sumergir la garrafa. Después de 16 botellas llena el depósito y se lo pone en la cabeza y sube el camino de barro que hay hacia el pueblo. Quedan otros 40 minutos de vuelta. Increíblemente camina al mismo ritmo que ha venido. Le grabo de vez en cuando y el resto del tiempo nos turnamos la garrafa. Yo no puedo llevarla en la cabeza, ni me lo planteo, no tengo equilibrio ni fuerza en el cuello para ello. Cada cientos de metros voy turnando el brazo que se me agarrota, la mano me duele y sudo por momentos. Hoy el sol pega fuerte y me quemo el cuello y los brazos. Llego pensando en que mujeres y niños hacen esto todos los días varias veces. Nosotros seríamos incapaces y en una semana de viajes habríamos movilizado el mundo para que nos construyeran un pozo.

El último día en el alto de Bimbi, llegamos pronto, vuelvo a conversar con el soba y su familia. Durante la mañana, un chico del pueblo que estaba donde el pozo y hablaba algo de portugués me acompaña a diferentes casas para poder hacerles fotos y grabarles. Cuando les saludas todos te muestran una sonrisa enorme y son amables, pero detrás de cada mirada hay una vida muy dura que pesa. No estoy seguro, pero si me planteara regresar dentro de veinte años, estoy seguro de que su día a día haya mejorado, de hecho creo que justo es lo contrario, con la dinámica climática que hay y la geopolítica el mundo, vamos a la deriva y los que sufrirán más son el 80% de la población mundial que ya está en situación de vulnerabilidad.

Son casi las 11:00, la hora que nos hemos marcado para inaugurar el pozo. Camino hacia la estructura azul que ocupa la explanada central, se ve desde lejos. Ya hay mucha gente alrededor. También gallinas, alguna cabra y cestos con comida. Le pregunto al chico que es todo eso. “El soba nos ha pedido que traigamos eso de regalo para agradeceros”, lo dice con cara de preocupación, pero no la verbaliza. Voy a donde el soba, junto a él está su hijo, el director de la escuela que entrevisté hace unos días. Aunque es de respeto aceptar un regalo, no podemos aceptar todo eso, es comida que ellos necesitan. El día anterior aceptamos la cabra como muestra de respeto y se la regalamos al que nos ha transportado todos los días, pero todo eso es demasiado. El hijo lo entiende, la gente lo agradece, pero en ese momento uno de la administración, me dice “vale, les ha quedado claro que no os llevaréis los regalos, los repartiremos entre los miembros del ayuntamiento”. Le fulmino con los ojos y le dejo claro que esos regalos son para los que les han traído agua y que preferimos que se queden en la comunidad, que no se les ocurra coger nada de esta gente humilde. Ese día no se llevan nada, lo que no sé es si en Ñaneca le dice que lo harán otro día y le traduce lo que él quiere y no nuestro deseo.

Las mujeres cantan y bailan, el significado es que se ha acabado el sufrimiento de ir a por agua. Ese es el mejor regalo. Vestidas con telas de colores, con sonajeros en las espinillas danzan y dan palmas al ritmo de las canciones. El sonido es ancestral. De fondo unas nubes negras ocupan el cielo y parece que cantan por el agua. Tras muchos bailes, incluso el del soba que tiene 95 años, Armando el hijo del director del colegio, nos lee una carta de agradecimiento escrita a mano. Está nervioso, representa a su pueblo y es un momento importante. El soba habla y nos agradece la donación. Después el del ayuntamiento da un discurso como si fuera él el que ha traído el agua. Por último hablamos nosotros, marco territorio y desvío la mirada del personal del ayuntamiento que quiere ser protagonista. Somos felices de que tengan agua y eso es lo que importa, destapamos la placa, cortamos la banda roja frente a la puerta y abrimos los grifos. Al abrir la puerta, parece como si una mujer tribal de hace siglos haya caminado para conseguir agua. Su peinado son rastas decoradas con piezas de madera, viste telas de colores, va descalza y cuando camina los cascabeles de sus espinillas repiquetean camino del grifo. Emocionada abre el grifo, llena el cubo ante la mirada de decenas de mujeres que esperan con sus garrafas y cubos. En pocos minutos rebosa el agua y con un golpe de riñón sube el cubo a al cabeza. Está frente a su pueblo con un cubo lleno sin tener que caminar horas, la gente aplaude, son felices. Abrazos, sonrisas, fotos, un rato de asimilar lo que ha ocurrido, de despedidas, de miradas de agradecimiento, la lluvia llega y subimos al todoterreno con las gotas golpeando el cristal. En cuestión de minutos la lluvia vacía la explanada, de la alegría al silencio, tan solo el sonido de la lluvia golpeando el flamante deposito de agua. Todo el mundo se ha marchado a sus casas, desde los umbrales nos despiden. Hace cinco días la explanada estaba vacía, hoy un pozo es el centro donde cientos de personas se reunirán cada día, ese lugar ya no será el mismo. 

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