107KM 150+
Dejamos el oasis en el que nos hemos refugiado por casi tres días. Generalmente África, los pueblos no tienen un centro histórico, un parque o una zona donde pasear. Son calles con casas, negocios, supermercados, calles de arena y algo de caos. Con lo que cuando llegas a un hotel, es probable que pases mucho tiempo en él a no ser que quieras salir a hacer fotos y charlar con la gente, pero en cuanto a turismo como lo conocemos no es.
Montamos las bicis con calma, ya que a priori dormiremos en un campamento que hay a 58km, la etapa es corta. Antes de irnos nos despedimos de Johan, el dueño del hotel. De casualidad nos dice que hace 25 años estuvo en España y la primera ciudad que nombra es Pamplona y sus encierros. Charlamos un rato sobre como vivió la fiesta y su viaje por España y de que quiere volver, también del proyecto solidario y de que se siente orgulloso del viaje y por último y más importante de que hay leones y leopardos en el recorrido que haremos los próximos días. “En principio tienen miedo a los humanos y de día no se acercan a los caminos, pero por si acaso llevaros está bocina y haceros ver muy grandes”. Con esa conversación nos vamos algo menos tranquilos hacia el desierto del Kalahari, pero seguimos adelante.
La etapa vuelve a ser llana, con algo más de desnivel, pero poco. Vacas, cabras, caballos, que hacen ver que por aquí seguro que no hay leones, se les ve pastar muy tranquilos. Al ir hacia el desierto el tráfico es escaso y pedaleamos tranquilos. Después de dos días de lluvias el día está despejado y la temperatura ha subido mucho a horas tempranas. Hemos desayunado bien, pero a los 30km paramos en uno de esos árboles que sus ramas se extienden en plano y crean una sombra maravillosa. Ya con la idea de los depredadores flotando en la cabeza, miro a las ramas por si en una de ellas está uno plácidamente tumbado a la espera de que aparezcan dos víctimas, pero no, el árbol está vacío. La única compañía es el sonido de las cigarras que retumba por todo. Descansamos un poco y seguimos ruta.
Hoy el viento sopla en contra, suave, pero lo justo para no dejar lanzar la bici. A los dos lados un arcén de tierra de unos quince metros, una valla y la inmensidad con arbustos y árboles. De vez en cuando algún coche se para a nuestro lado para preguntar que hacemos y sueltan su grito característico cuando les decimos rumbo a Camerún. Vamos bien y pronto vemos el desvío hacia el campamento que nos han hablado. Una valla con pinchos que movemos y desde el primer metro un camino de arena fina. Empujamos la bici 200 metros y antes de pegarnos el palizón de nuestra vida, las dejamos apoyadas y caminamos con bocina y spray pimienta en mano. Diez minutos después llegamos a un recinto con una casa abandonada en ruinas. Algunas estancias se salvan y podríamos acampar. Hay ropa tendida de alguien que está viviendo, pero en ese momento no está. Sopesamos que tenemos casi cuarenta minutos de empujar bici hasta ahí, si luego la persona que está viviendo regresa y no le hace gracia compartir el espacio, no tenemos ganas de empujar de nuevo y pedalear más tarde hasta Hukuntsi.
Regresamos a la carretera, nos quedan 50km para terminar etapa y son casi las 14:00 de la tarde. Buscamos una sombra decente para comer algo, meter combustible y seguir etapa. Paramos de nuevo bajo un árbol, el sol aprieta y nos hemos despistado con la crema solar y ya tenemos algo de quemadura. Mientras comemos pasan varios niños que no sabemos de donde han salido. Una lata de sardinas, un para de huevos duros y una naranja y en marcha. Quizá porque no contábamos con esos kilómetros extras pero nuestro ritmo ha bajado y la monotonía del paisaje hace que se nos haga larga la etapa. Durante un rato un par de jinetes nos acompañan con sus caballos, casi diez kilómetros en los que vamos a 20km/h y en los que da la sensación de que los animales no les hace gracia el pique con los ciclistas. Ya estamos llegando a Hukuntsi y nos despedimos. Justo a la entrada de la ciudad hay un guest house al lado del supermercado. No queremos estar dando vueltas y preguntamos precio. Asumimos que no es barato, pero le rebajamos algo y nos sale 100 pulas más barato que el otro cada noche. Unas casetas circulares donde hay una cama y un baño. Los de seguridad hacen de recepcionistas, dos hombres mayores que casi no hablan inglés. Desde su teléfono de teclas llaman al manager para ver si podemos bajar precio. Al rato el manager viene y nos cobra con datáfono.
Hacemos compra en el supermercado que para variar está lleno de gente y regresamos a nuestra cabañita para ducharnos y hacernos la cena. Después de muchos meses de viaje, vemos una película en una tele de hotel. Siempre pasa algo, o están rotas, o no hay pelis en los canales o tienes que tener cuenta de algo. La realidad es que duramos veinte minutos de peli y caemos redondos. A mitad de noche nos despertamos por los mosquitos. No hay mosquitera y entrar por todas las rendijas que dejan las ventanas.
Al día siguiente, quedamos con los encargados de la reserva del Kalahari para gestionar los próximos días. A partir de aquí son 23okm de caminos y mucha gente dice que son caminos de arena imposibles para la bici. Entra ya la posibilidad de buscar un transporte para llevarnos, pero saldrá caro. Concretamos donde podremos dormir a salvo de leones, lugares de abastecimiento. Nos hacen el favor de acercarnos al camino y parte es gravilla. Si el camino es así hasta el final, aunque será duro, no es imposible y decidimos arriesgarnos a ir hasta el final. En unos días sabremos si nos equivocamos. Los trabajadores son una pareja joven, ella lleva una peluca larga de pelo liso sujetada con una gorra de beisbol. De vez en cuando se masajea y golpea la cabeza, porque imagino que le picará. El es grandote, con gafas y siempre sonriente. Cuando le decimos que somos españoles, dicen algo en italiano y hace gestos de mafia. Nos reímos todos. Pasamos un gran rato conversando y ella, Kethabile, nos cuenta que es del pueblo donde dormiremos dos días. Está preocupada, no hay fuentes de agua potable ni electricidad. Si algún día regresamos, quizá hagamos algo en su pueblo.
El resto del día lo dedicamos a actualizar web y gestionar etapas futuras que supondrán problema. De momento nos han dicho que el ferry que queríamos tomar de Luanda a Cabinda para evitar R.D. Congo no está operativo, así que es un problema.
