83KM 80+
La habitación no tiene mosquitera, las ventanas no son muy herméticas y la luz del baño encendida no ayuda a que decenas de mosquitos nos torturen toda la noche. No pegamos ojo y a la mañana nos queremos morir. Necesitamos cama, entre que el día anterior no descansamos entre excursiones y artículos el cuerpo pide que le dejen en paz, pero preferimos llegar a Kang un día antes y descansar dos días, así que nos vestimos y salimos a la calle a montar las bicis.
El cielo está nublado y hace algo de viento, hace incluso fresco. Nos abrigamos un poco y empujamos la bici hasta la carretera. 800 metros que nos calientan hasta el sudor. El tipo de ruedas y los 50kg de bici son incompatibles con los caminos de arena, proyectamos no encontrarnos muchos más en el viaje.
Nada más entrar en la carretera, hay una parada de bus, varias personas esperan coches para que les lleven a trabajar a pueblos más lejanos. Aunque hace fresco, vamos en pantaloneta, es asumible, pero la gente va muy abrigada, con gorro de invierno. Los africanos tienen este tipo de cosas, son capaces de sufrir condiciones insoportables de hambre, calor, trabajos duros y les verás abrigados incluso con días en los que nosotros necesitamos quitarnos toda la ropa. SU termostato corporal funciona diferente al nuestro. Mientras quitamos la arena de las playeras y los pinchos de las ruedas, se acercan a interesarse por nosotros, nos piden fotos y graban a esos dos locos que salen a esas horas de un camino de arena.
Al salir de Mabutsane entramos en 63km sin anda, rectas de sabana sin pueblos. La falta de pueblos hace que siempre podamos ir en paralelo charlando y lo disfrutamos para cuando lleguen carreteras masificadas. Al poco de comenzar una furgoneta nos adelanta lentamente y se detiene a lo lejos, no sabemos si le ha pasado algo o es por nosotros. Al llegar un chico espera fuera con dos refrescos. Se llama Kheisi, arregla extintores y al vernos nos ha querido ofrecer algo. Seguro que el día de más calor cuando no llevemos doce litros de agua encima no se parara nadie. Cuando le contamos que estamos haciendo saca cien pulas, unos siete euros (contando que el salario medio es de 500€ mensuales, aunque seguro que hay personas que ganan mucho menos).
Nos marchamos contentos con el gesto y entre una cosa y otra es tarde y tenemos hambre, aunque no hemos avanzado mucho a los 18km paramos en unas mesas que vemos para desayunar. Huevo duro, lata de fruta, tostadas con crema de cacahuete y café. Como nuevos y ahora sí le damos un impulso a la etapa. El sol asoma tímidamente y nos quitamos capas.
Por el camino vemos de vez en cuando rebaños de cabras y burros y por primera vez unos pájaros que emiten un canto muy sonoro y que parecen tucanes. Nos quedamos mirándolos un rato hasta que salen volando a otro árbol donde no les molestemos. Este tipo de etapas son muy aburridas e inventamos con un vaso de plástico un altavoz para escuchar podcasts que nos hemos descargado. En nuestro caso están los del orden mundial, la Concostrina, nacho ares, la contra historia, sobre todo geopolítica e historia. Aunque a veces no escuchamos con el paso de camiones y a poco que haga viento ya no es posible. Esa etapa toca los bulos de la Edad Media en España. Hasta que llegamos a Morwamosi. Paramos en la parada de bus. Nos sentamos en el bordillo porque la caseta está llena de tierra y cagadas de animales que se refugiarán de vez en cuando. Lo normal es que todos los lugares en los que espera la gente no están muy limpios. Suele haber barriles a modo de basura, pero la basura es paisaje natural de África, en Botswana no mucho, porque hay poca población y porque tienen pinta de estar muy concienciados, pero hemos estado en muchos y llegarán en este viaje en los que dolerá la vista. Otra cosa que te encuentras es muchos cristales de botellas rotas. Conducen y las tiran al arcén de la carretera, con lo que toca ir con un ojo en el paisaje y otro en el asfalto.
Mientras comemos nuestra lata de atún y sardinas con pan de molde aparece un señor con el coche y se detiene. A veces te desesperan un poco hasta que arrancan y te dicen algo. Les preguntas que tal están y ahí ya hablan. Casualmente es el jefe del pueblo y pregunta que a donde vamos, al decirle que seguimos camino se despide, pero seguro que nos habría ayudado en caso de querer dormir en algún sitio.
Nos quedan 20km para terminar etapa. La misma dinámica, pero con ganas de acabar, no hemos dormido mucho y tengo tarea pendiente. Pronto llegamos a Puduhudu. Al igual que muchos pueblos, con caminos de tierra que conectan las casas, pero todas están super curiosas. Vallas de palos que cercan cada parcela, casitas pequeñas y todo, a pesar de la arena, muy limpio. La única carretera del pueblo se mete un kilómetros y medio hasta la puerta del centro de primaria. Allí la de seguridad nos da paso, ya han acabado las clases y quedan algunos niños con uniforme jugando por los pasillos. Las instalaciones vuelven a estar muy bien. Quedan dos profesoras a las que preguntamos si podemos dormir, el headmaster no está y a una de ellas no le convence la idea, su llamada ya la enfoca mal y se nota que presenta nuestra presencia de mala manera. Mientras una habla por teléfono, la otra nos dice que les ayudemos a construir aulas. Al apagar el teléfono dice que el proceso es muy largo de instancias. Llevamos muchos años y países en África durmiendo en colegios y la respuesta siempre ha sido inmediata, sentimos que ella no quiere y ha tomado la decisión. Entendemos que puede pasar y además, la realidad es que si fuéramos a un colegio en España, sería inviable.
Cuando empezamos a preguntar donde podríamos poner la tienda de campaña a resguardo ya que amenaza lluvia, una mujer que se ha subido en la bici de Shei para hacerse una foto nos dice que podemos ir a su parcela. Es Ineeleng, la mujer que limpia el colegio. Las profesoras algo dignas ni la miran y nos vamos caminando calle abajo con ella. Los niños salen a nuestro encuentro y nos saludan. Vive casi en la carretera principal, un conjunto de casitas de una planta, cada una con su cerca, con un lugar donde hacer fuego, una caseta para gallinas. Todas las casas son de su familia, hermanas, padres, primos… Todos los sobrinos y sobrinas se van acercando, van cogiendo confianza mientras desmontamos las bicis. Niños descalzos, con ropas agujereadas y sucias que no percibes, sólo ves su mirada y su sonrisa y la ropa es un complemento que se difumina.
El cuarto es el de sus hijas que ahora están en Kang en el internado de secundaria, la habitación está desordenada, hay cucarachas y muchos mosquitos. Decidimos montar la tienda de campaña para evitar los picotazos y compartir cama con más bichos. Ineeling se afana en limpiar el baño, le decimos que no se preocupe, pero somos su invitados, saca mangueras, muebles y con la fregona limpia telarañas y la arena que hay por todo. Nuestra duda es cómo usa ella el baño si tenía todo eso dentro. Veinte minutos después de llegar, de tres niños hemos pasado a quince. Corren, pelean, hacen volteretas, están felices de la novedad. Les enseñamos a hacer el pino y les grabamos para que se vean. Al mostrarles las imágenes no pueden contener la risa, son ellos en una pequeña pantalla y es como gasolina que les impulsa a saltar más alto.
Intento escribir la etapa, pero es imposible. Apoyo el ordenador en una mesilla vieja que hay al lado de la cama. Varios niños me rodean, algunos se apoyan en el ordenador y tiene más riesgo hacer la tarea que postponerla. Además de que las cucarachas pasean por la mesilla a sus anchas. A las 18:00 comienza a oscurecer y con la luz se van yendo los niños. Ineeleng hace un fuego para cocinarse la cena y nosotros nos calentamos unos noodles. La idea era haber compartido con ella nuestra cena, pero prefiere comer algo que ya tenía. Nos hacemos un té y nos vamos a la tienda. Como el suelo es de arena, no inflamos ni la colchoneta. La temperatura es buena y no hace frío. Pronto nos quedamos dormidos.
