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ETAPA 121 NDENDÉ-MOUILLÁ

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74KM 145+

La noche no es mala del todo porque estábamos muy cansados, pero el calor y la humedad nos despiertan intermitentemente. Aunque el sentido del olfato es muy vago, no se cansa lo suficiente y el olor a moho y a pis sigue siendo perceptible. Antes de levantarnos termino el vídeo que el sueño no me dejó acabar la noche anterior.

A las 6:30 comenzamos a reorganizar todo, los días de barro y lluvia provocan que el suelo nunca llegue a estar limpio, cada arista, clavo o parte de la bici se convierte en un colgador para la ropa, bolsas y cosas mojadas que aún siguen húmedas. Nos ponemos la ropa con esa pequeña contracción muscular que produce el frío de la ropa mojada, poco a poco recogemos todo y descubrimos que una de las alforjas se ha roto por abajo y entra agua, quizá en esos pasos de agua una piedra o rama agujereo el fondo. No queda otra que acabar la etapa y ver como darle solución en otro momento. Conforme sacamos alforjas fuera de la habitación, percibimos el aire fresco y limpio, cada regreso a la habitación es una bofetada de olores y grados por encima. Está claro que cuanto más viajas por países de África, hay veces que no tienes otra opción que refugiarte en la única opción que hay y es mejor que estar a la intemperie bajo la lluvia o con el riesgo de que alguien pueda hacerte algo, pero determinados lugares llegan a saturar el umbral y deseas subirte a la bici y alejarte de él.

El día comienza lluvioso, no sabemos cuanto tiempo estará así y decidimos meternos a cobijo del mercado y desayunar antes de lo previsto a ver si en ese alto escampa. El mercado tiene todos los puestos vacíos, en el interior, donde las mujeres guardan sus cosas en armaritos, hay todo escombros en el suelo, con lo fácil y cómodo que sería quitarlos para trabajar mejor, pero la gente camina torpemente sobre las piedras para llegar a su puesto. Compramos algo de pan, dos cafés y nos sentamos en uno de los pretiles vacíos a comer pan con crema de cacahuete. Por 1,5€ dos barras de pan, dos cafés y 16 rosquillos. Mientras desayunamos no dejan de pasar niños hacia la escuela, la gente del mercado murmura palabras y de vez en cuando escuchamos “turist”, vamos bastante sucios y a esas horas y en ese lugar es normal llamar la atención. En el rato del desayuno deja de llover, estamos de suerte y nos lanzamos a la carretera.

Después de varios días de caminos, un asfalto con arcén y quitamiedos. De los cientos de taxis, furgonetas, camiones cargados de gente pasamos a poco tráfico. Los coches están en mucho mejor estado, las casas, la ropa. Quizá si viniéramos de España a Gabón sentiríamos un país con muchas necesidades, pero al venir de Angola y Congo, hay una mejor cualitativa.

La carretera tiene poco desnivel y transcurre con curvas suaves en un paisaje casi llano pero exuberante de vegetación. Por momentos parece que estamos por los Balcanes o el norte de España. Los árboles llenos de mangos y las banquetas con un cubo lleno de los frutos verdes y amarillos nos sitúan. Hay mucha menos gente, hemos pasado de caminos remotos donde cada poco tiempo saludamos a kilómetros de rodar en silencio, casi sin coches, sin personas por el arcén con baldes en la cabeza. Casi roza la monotonía. Cada cinco kilómetros un mojón marca la distancia que nos queda hasta Mouillá, muchas de las veces no lo ves hasta que estás encima porque la hierba se ha comido el bloque de piedra.

La etapa es fácil, pero sobre las piernas pesan las tres etapas hacia la frontera, 290km de caminos con la incertidumbre de si lloverá o no, con la dificultad de rodar por tierra, con varias noches descansando poco por las ratas, los olores o la razón que sea y sabedores de que en Mouillá descansaremos el cuerpo lo sabe y empieza a decir basta. A los 50km nos sentamos en un bordillo de la carretera y nos comemos unos mangos rescatados del suelo. Damos una pausa a las piernas, oxigenamos y continuamos los últimos 25km de etapa.

Los kilómetros pasan rápido y las casas de la periferia de la ciudad aparecen. Es horario de salida de la escuela y cientos de alumnos caminan por el arcén y nos saludan. Es curioso ver la diferencia cuando un adolescente va sólo y te saluda a cuando va en grupo y se crecen con el vacileo a los turistas. Hemos pasado de muchas casas de adobe a casas de bloque de hormigón o ladrillo, bien pintadas. En la rotonda que nos lleva hacia Lamaberené nos desviamos hacia un motel que nos han  recomendado. Negociamos tres noches, dejamos todo y nos vamos directamente a comer. Todo está algo más ordenado, pero sigue habiendo basura, las casas son viejas, las tiendas venden muebles antiguos y polvorientos y los puestos de comida son precarios, pero está mejor. En una cafetería por menos de 5€ nos sirven dos platos de espaguetis con carne muy ricos. Bajamos hacia el centro y son cientos de puestos de comida, tiendecitas donde puedes encontrar de todo, alegra ver tanto vegetal y dejamos la compra para luego. Primero a por un café en una pastelería que hay. Comemos flan y bollo de chocolate, nos damos el lujo, pero el café está más caro que en España. Nos damos el capricho, pero no más. Lo curioso es algunos lugares es que cuando les pagas, no tienen cambios para devolver. No es que les pagues con un billete de 500€ a una mujer que vende mangos en la calle. Hay que pensar que el billete más grande en Angola era de 5€ y en Gabón de 15€. Le pago a un negocio que está recibiendo clientes todo el día con un billete que equivale a 7,5€ y me tiene que devolver 1,7€ y no tiene monedas para devolver. A veces les dices que si, que busquen y de casualidad las tienen, pero otras te dicen que redondean y lo hacen siempre a la alta. Esta vez me planto y le digo que por la misma razón puede redondear a la baja, que el que no tiene cambios es él, me mira como las vacas al tren y la chica que trabaja entiende a que me refiero y me da la razón y me da un billete de 500cfa y me sonríe. Da la sensación de que sus jefes son unos jetas y nos echa una mano.

Regresamos al hotel por los cientos de puestos y compramos verduricas frescas para hacernos una ensalada a la noche, terminamos conversando con una mujer oronda que a penas se mueve de su silla y nos va diciendo precios conforme le levantamos cada producto. Voy haciendo la cuenta conforme lo meto en la bolsa y nos quiere cobrar 1500 de más, pero esta vez es por lo que ocurre muchas veces, pasadas unas cifras se pierden, lo mismo te cobran 2000 de más como 1000 de menos y te devuelven mal. Se lo muestro en la calculadora y se ve que su cara de asombro. Cuando ve que somos españoles al despedirse nos dice “hasta la puta”, soltamos una carcajada y pregunta que ha dicho y le explicamos y ya ahí se queda blanca, “perdonar, estoy desolada”. Le tranquilizamos y esta vez sí, “hasta la vista” y nos subimos tranquilamente con la compra hecha y ya formando parte del país 23 de rumbos olvidados. Vienen dos días de descanso para limpiar y ajustar las bicis, las alforjas, la ropa y recuperar energía. 

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