40KM 65+
La etapa va a ser corta y nos damos el gusto de levantarnos con calma. No sólo eso, nos cocinamos unos huevos con salchichas y disfrutamos de un desayuno en condiciones que rara vez hemos tenido en el viaje. Hay pequeños placeres en la vida y uno de ellos es no sentir que la aguja del reloj te persigue y empuja a recoger la ropa, la tienda de campaña y montar la bici para iniciar una nueva etapa. El simple hecho de despertarte sin alarma, de oler el café recién hecho y charlar tranquilamente comiendo una tostada con huevos revueltos. Es probable que salgas sólo una hora más tarde, pero parece que has tenido un día más de descanso.
El lugar que hemos dormido es básico, como casi todos los lugares asequibles de África. Si quieres que dormir se ajuste a tu presupuesto, un lugar medio es mucho más bajo de lo que estamos acostumbrados. Generalmente sólo hay una toalla, rara vez jabón, las sábanas tienen más de un uso, con lo que duermes en sábanas aparentemente sucias, no se sabe si por los mil lavados que ya no quitan las manchas o porque realmente no las han lavado del anterior huésped. Los muebles son de dm y pocas juntas están en su sitio, las sillas llenas de polvo y suciedad no invitan a sentarse en ellas, el váter no suele tener tapa y si la tiene se mueve o está sucia y en la ducha hay humedades y se encharca el agua, agua que cae tímida desde la alcachofa y te moja por capítulos. Viajar por África es bajar tu nivel de exigencia y normalizar la precariedad, es un ejercicio necesario si no quieres estresar tus sentidos en escrúpulos. Los misfóbicos se enfrentan a una terapia de choque en estos hoteles. Es cierto que todo tiene un límite, pero conforme pasan los días en un viaje de estas características tus límites se van ampliando y te sorprendes a ti mismo.
A las 9:00 el pie se despega del asfalto y sube a los pedales. Oshakati es más grande de lo que parece y cruzamos una ciudad con doble carril. Se suceden supermercados uno detrás de otro. Gente camina por todos los lados y continuamos con un tráfico intenso. Desde esta ciudad se llega a la frontera de Oshikango con Angola. Cada vez estamos más cerca de un nuevo país, pero nosotros cruzaremos en una más pequeña que hay a tres etapas. Quizá sea una ruta más exigente y complicada ya que es por caminos, pero parece más bonita y sobre todo, el visado es para un mes, si cruzamos antes, tendremos problemas a la salida.
El cielo hacia donde vamos está negro, no tenemos claro si acabaremos la etapa bajo la lluvia. Antes de salir de Ondangwa nos desviamos por la C46 y el tráfico nos da algo de tregua, aunque no cesan de pasar coches. Aquellas etapas por Botswana donde ver un coche era extraño se acabaron. Ir en paralelo se ha acabado y marchamos en línea. Con lo que mantener una conversación es complicado, por el ruido de los coches, por el viento, por la razón que sea. La etapa se hace más larga en esa “soledad” y la conversaciones son intermitentes, pausadas con el paso de los coches y donde aceleras tus palabras para acabar la frase antes del siguiente.
La etapa vuelve a ser absolutamente llana, tenemos ganas de que lleguen los desniveles, para sentir las piernas, para que haya cambios de ritmos. Rebaños y rebaños de cabras que cruzan de vez en cuando desafiando a los coches, que frenan para dar paso sabiendo el valor de cada una para sus dueños. Cada vez hay más gente caminando por los arcenes con lo que nos pasamos el día saludando. Nos encanta ver la gran sonrisa en la cara de la gente al lanzarles un “qué tal estás”, percibes su confusión y su alegría y te lo devuelven multiplicado, con lo que es un motor para seguir haciéndolo. Es una forma de dar identidad a las personas, sentir que existen porque alguien te ve y te saluda, algo básico que estamos olvidando.
Tenemos que echar gasolina al hornillo, pero las gasolineras que hay son precarias y nos apetece parar para tomar un café y en esa búsqueda los kilómetros pasan y el final de etapa está cerca. La etapa es corta, pero es curioso ver como 40km se hacen cortos y te pesan poco y en una etapa de 80km, los mismos 40km tienen otro peso y cansancio. Al poco de llegar a Oshakati vemos una señal de cruce de peatones, sólo las he visto en África. En vez de un triangulo de bordes rojos, fondo blanco y peatón en negro, aquí la señal es un rombo de bordes blancos, fondo rojo y peatón blanco, con lo que el cruce es de precaución pamplonicas. Nos hacemos la foto de rigor con la señal y entramos en la periferia de Oshakati. El tráfico se intensifica, las empresas de las afueras con restos de coches, basura se extienden a los dos lados y pronto llegan las superficies con tiendas y supermercados, como siempre atestadas de gente.
Llegamos por un camino de tierra al guest house donde dormiremos. Un local que de nuevo parece abandonado, nos conformamos con la habitación barata que está en un patio trasero. La barra de un bar que en su día tuvo vida, está llena de polvo y con sillas amontonadas. La habitación tiene 5m2 donde conseguimos meter todas las bolsas y las bicis mágicamente. Hemos llegado pronto y nos vamos sin ducharnos a comprar la comida para los dos días que estaremos ahí. Las nubes que amenazaban lluvia a la mañana se han ido y dan paso a un sol abrasador. Están haciendo días de mucho calor. Los niños salen de la escuela y algunos de ellos salen con jersey y gorro de invierno que nos acaloran de verlos. Vemos mucho esta escena donde parece que el termostato corporal está roto. Nosotros en pantaloneta, manga corta y sandalias y personas con gorro y plumas.
Los supermercados están a más de un kilómetro y en todos reina el caos. A fuera hay puestos de fruta que no venden dentro. Generalmente está oscuro, no todos los focos están encendidos y las bombillas lucen poco. Los pasillos son estrechos y dos carros no pueden cruzarse, los frigoríficos enfrían poco, la sección de verduras y frutas es escasa y el género no está en buen estado. Esa es la tónica general que lleva a comprar latas para cocinar. Al salir siempre te revisan la compra y el ticket, eso muestra una realidad de robos que obliga a poner en cada supermercado a empleados a la salida para supervisar que nadie se lleve nada más.
Regresamos a casa con la compra, con algo de comida preparada que había en el supermercado y con ganas de llegar para refrescarnos. Ese lugar que al llegar te parece precario, ahora es tu hogar donde te sientes a salvo de la realidad de la calle. Montamos una mesa frente a la puerta del cuarto, primero porque no cabemos dentro, pero sobre todo porque tenemos unos 30º en ese pequeño habitáculo que son incompatibles con la vida y no se puede estar sin sudar.
El resto del tiempo que pasamos en Oshakati lo utilizamos en lavar ropa, preparar los próximos días, actualizar web y escribir el sexto artículo de rumbos. Día y medio que vuela si no lo aprovechas bien para descansar.