ONGUMA TAMBOTI CAMPSITE
,Regresamos de noche y con llovizna montamos la tienda, no es mucho. Dejamos todas las bolsas dentro del espacio de la ducha y dormimos amplios dentro de la tienda de campaña. Durante la noche de vez en cuando se escuchan los rugidos de los leones en la distancia y algún que otro animal merodea por la parcela. Nos despertamos con la calma y disfrutamos de la mañana en la parcela. El hornillo da problemas de nuevo hasta que descubrimos cual puede ser el error y creemos que ya le hemos dado solución. Hoy toca pasta con carne de lata, regresamos a las comidas de cicloviajero y dejamos atrás los manjares de Windhoek que seguro echaremos de menos.
A las 16:30 de la tarde caminamos por los senderos hasta la recepción donde un todoterreno nos recoge para hacer un safari y ver animales. En el coche coincidimos con cuatro franceses jubilados muy amables que viajan juntos. Las dos horas de safari vamos tras los animales. A la hora de búsqueda por las justas unos impalas. En un momento dado paramos en una especie de fortaleza que es un hotel de lujo. Desde ahí hay vistas a una balsa artificial donde se acercan los animales. En el momento que llegamos dos rinocerontes se marchan en la distancia entre los arbustos y uno de los guías nos dice que detrás de los árboles hay leones. No vemos nada hasta que nos prestan unos prismáticos y observamos a varios leones descansando. Hay antílopes bebiendo de la charca, con lo que se intuye que están recién comidos y no van a atacar. Un poco más a la izquierda hay un elefante, pero necesitamos de nuevo los prismáticos, si no, hubiéramos mirado un paisaje africano cualquiera sin ser conscientes de los animales. El hotel tiene una piscina, hamacas y un bufet permanente. La noche debe valer más de 1.000€. Hay un turismo de lujo que se escapa a la gran mayoría y que sus precios son tan obscenos que, aunque no lo valgan, hacen exclusivas a las personas que lo consumen. Las alejan de la realidad y crean escenarios de lujo desproporcionado donde no debería haberlo. A 40km en línea recta hay un poblado que el grifo del agua está candado y viven en casas de chapa y barro, mientras en mitad de una reserva natural alguien paga miles de euros para ver animales.
Al salir del hotel, nuestro conductor intuye hacia dónde van los rinocerontes y sale en busca de ellos hasta un observatorio. Efectivamente aparecen caminando, lentos, son una pareja de machos que están solos y que están destinados a entenderse. El cielo comienza a llenarse de matices, hay una tormenta al fondo que dibuja cortinas de agua, relámpagos y todo en amarillos y rosas. Una escena de naturaleza impagable mientras las siluetas de los dos rinocerontes a lo lejos pasan por el horizonte. Te gustaría poder seguirlos, detener el tiempo, pero tenemos que salir. De regreso vemos tres jirafas cruzando el camino, pero es lo único decente que nos regala el día. Paramos en una esplanada y el conductor saca un poco de comida y bebida mientras observamos el paisaje. Se supone que cualquiera de los animales que hemos visto pueden pasar por ahí, pero se le ve muy seguro y picoteamos y brindamos.
Regresamos con un círculo rojo metiéndose al fondo y felices porque estar ahí es impresionante, pero algo decepcionados. Los franceses que llevan varios días de safari corroboran que ha sido escaso. De cualquier manera nos vamos felices a la cama. Esa noche los animales que merodearon el día anterior tiran y abren el cubo de la basura, merodean en los restos y encendemos la linterna y pegamos un grito, sale corriendo. Conciliamos el sueño hasta que de nuevo el animal tira el cubo de la basura, rebusca entre las latas, no es una ardilla, es más grande y la luz de la linterna lo espanta de nuevo. Esta vez metemos el cubo en el baño y el resto de la noche el sonido es el de los cubos de parcelas aledañas. Nos enteramos a la mañana siguiente que el animal es un tejón melero. De casi un metro con la cola y bastante temible. Como dato curioso el veneno de las serpientes no le afecta, su piel es durísima y no tiene miedo a los leones. Con lo que mejor no haber salido de la tienda en el momento que jugaba con nuestra basura.
El segundo día lo tenemos todo para nosotros, desayunamos con paz, felices de lo vivido el día anterior. Tenemos que realizar varias gestiones por ordenador y vamos al edificio que tiene wifi. En ese momento Christo me manda un whatsap y me pregunta que tal el safari. Le decimos que contentos, pero que creemos que no tuvimos suerte. Pensamos que tras nuestra afirmación, pregunta al chofer ara corroborarlo, porque al rato nos ofrece ir a otro a la tarde, ¡gratis!, esa oportunidad no podemos rechazarla y dejamos las gestiones para otro día, comemos antes y nos preparamos para la segunda oportunidad de ver vida salvaje en África. Nuestra sorpresa es que no es dentro de Onguma, nos llevan a Etosha. Cruzamos la puerta de entrada, una estructura grande que nos evoca la canción de Jurasic park. Esta vez sí, largas rectas, llanuras de sabana que nos recuerdan a los documentales que hemos visto toda la vida. De entrante vemos antílopes, facóceros, aves… La dimensión del parque es gigante, más de 22.000km2, es el cuarto de África. Y comienza un festival de fauna a los dos lados del camino, jirafas, cientos de ellas, cebras, ñus, antílopes, facóceros, los ojos no dan abasto. El parque es enorme y el conductor quiere regalarnos ver más cosas, pero el cuerpo pide parar, detenerte un rato largo a observarlos, verlos pastar, retenerlos en el recuerdo, fotografiarlos. Cuando estás ahí frente a una jirafa, sólo ves la jirafa, pero no eres capaz de poner en perspectiva que esos animales sólo los puedes ver ahí, que son únicos y que con total seguridad no volverás a verlos en directo. Ves tantas que al final te parece lo más normal.
En uno de los bebederos hay unos leones tirados, de nuevo las cebras pasan cerca tranquilas. Esta vez los vemos más cerca, no necesitamos prismáticos, pero siguen estando lejos. El chofer sigue en busca de animales. En una llanura dónde en época de lluvias se llena de balsas, sólo quedan los fondos de barro seco donde los animales pastan hierbas más verdes. Sheila grita de repente y pide al chofer que retroceda, cree que ha visto algo. Echamos marcha atrás y ahí están, dos guepardos a tres metros del borde del camino a la sombra de un arbusto. El chofer no puede creerse no haberlos visto. Rápidamente avisa por radio al resto y en pocos minutos hay cinco todoterrenos observando a los dos animales respirando con frecuencia alta para contrarrestar el calor. Son preciosos, esbeltos, las patas son parecidas a la de los perros y el cuerpo es felino. De repente se levantan y caminan como por una pasarela, con parsimonia, con estilo, sigilosos se pierden entre las zarzas y su silueta desaparece. Ha sido un momento épico.
Queda el último regalo, una balsa que hemos visto al comienzo del safari vacía, pero que ahora rebosa de vida, jirafas, hienas, varios Elan (antílope enorme que llega a pesar 800kg) y elefantes. Todo una fotografía. Tratamos de pausar el tiempo, nos gustaría estar más cerca, pero nos conformamos con esa despedida de Etosha park. Christo nos ha hecho el mejor regalo del viaje. Regresamos extasiados, apoyados en las barras del todoterreno observando el paisaje, no sentimos el aire cálido, nada molesta. De camino a la puerta de entrada nos recreamos en las cebras, jirafas y antílopes que no son tan huidizos. Nuestra experiencia en Etosha termina en alto. Última noche, no nos podemos quejar, pero desearíamos estar más días, poder verlos más cerca, entender la naturaleza, que nada la amenace y que otros puedan disfrutarla como nosotros lo hemos hecho.